En
fin, si aún hay hombres que no están suficientemente persuadidos de
la existencia de Dios y de su alma en virtud de las razones aducidas
por mí, deseo que sepan que todas las otras cosas, sobre las cuales
piensan estar seguros, como de tener un cuerpo, de la existencia de
astros, de una tierra y cosas semejantes, son menos ciertas. Pues,
aunque se tenga una seguridad moral de la existencia de tales
cosas, que es tal que, a no ser que se peque de extravagancia, no se
puede dudar de las mismas, sin embargo, a no ser que se peque de
falta de razón, cuando se trata de una certeza metafísica,
no se puede negar que sea razón suficiente para no estar enteramente
seguro el haber constatado que es posible imaginarse de igual forma,
estando dormido, que se tiene otro cuerpo, que se ven otros astros y
otra tierra, sin que exista ninguno de tales seres. Pues ¿cómo
podemos saber que los pensamientos tenidos en el sueño son más
falsos que los otros, dado que frecuentemente no tienen vivacidad y
claridad menor? Y aunque los ingenios más capaces estudien esta
cuestión cuanto les plazca, no creo puedan dar razón alguna que sea
suficiente para disipar esta duda, si no presuponen la existencia de
Dios. Pues, en primer lugar, incluso lo que anteriormente he
considerado como una regla (a saber: que lo concebido clara y
distintamente es verdadero) no es válido más que si Dios existe, es
un ser perfecto y todo lo que hay en nosotros procede de él. De
donde se sigue que nuestras ideas o nociones, siendo seres reales,
que provienen de Dios, en todo aquello en lo que son claras y
distintas, no pueden ser sino verdaderas. De modo que, si bien
frecuentemente poseemos algunas que encierran falsedad, esto no puede
provenir sino de aquellas en las que algo es confuso y oscuro, pues
en esto participan de la nada, es decir, que no se dan en nosotros
sino porque no somos totalmente perfectos. Es evidente que no existe
una repugnancia menor en defender que la falsedad o la imperfección,
en tanto que tal, procedan de Dios, que existe en defender que la
verdad o perfección proceda de la nada.