dimecres, 3 de juny del 2015

LA CRÍTICA DE LA METAFÍSICA EN KANT (Atención, es demasiado larga)

Emmanuel Kant, filósofo alemán y autor de la Crítica de la razón pura y la Crítica de la razón Práctica, su obra es clave para la comprensión de la era ilustrada y, por tanto, de la cultura de la modernidad. Sus trabajos se etiquetan para los historiadores de la filosofía como "idealismo trascendental", aunque es igualmente válido hablar del kantismo como fundación de la "filosofía crítica", cuyas implicaciones alcanzan a nuestros días sin ninguna duda.

Cuando iniciamos la lectura del segundo Prólogo a la Crítica de la razón pura, ya sabemos que la gran preocupación de su autor es el estado de la metafísica y la posibilidad de otorgarle estatuto de ciencia. Vamos a explicar en esta disertación de qué manera Kant somete a la tradición metafísica a un ejercicio de análisis exhaustivo, tratando de determinar cuáles son sus límites y en qué medida los filósofos los han traspasado ilegítimamente. A medida que vayamos desentrañando las claves de esa función "negativa" o "policial" -como Kant la llama- se irán encendiendo poco a poco las luces que nos permitan vislumbrar una forma de filosofía verdaderamente valiosa para la civilización.

Debemos partir de una primera advertencia que nuestro autor realiza para referirse a la situación de la filosofía, que define como un campo de combates. Se observa que Kant comparte aquí la línea de interpretación planteada más de un siglo antes por Descartes, quien también se quejó de la tendencia de los filósofos a perderse en estériles disputas. Como Descartes, y a finales del siglo XVIII con más razón que durante el periodo barroco, Kant se lamentaba de que el más trascendente de los saberes hubiera quedado en posición de inferioridad respecto de las ciencias matemáticas y experimentales, que habían sufrido una verdadera revolución gracias al rigor metodológico impuesto a partir de Galileo y Newton. Como nos informa en el escrito, la metafísica no ha logrado estados de consenso, no ha avanzado en sus conocimientos y, en definitiva, lejos de clarificar dudas y problemas lo que ha conseguido es crearla.

La historia de las incesantes disputas internas es tan antigua como la filosofía misma, pero encuentra el punto más próximo a Kant en la problemática del XVII, cuando racionalistas y empiristas se enfrentaron por el problema del origen y fundamento de las ideas. Mientras los racionalistas trataban de garantizar el carácter universal y necesario de los juicios científicos garantizándolos a partir de elementos a priori o no experimentales, los empiristas se negaban a aceptar ninguna verdad que no tuviera su origen en los sentidos, es decir, en la experiencia. Este desgarramiento entre pensadores continentales y británicos llevó la filosofía europea a una aporía o callejón sin salida, pues mientras los seguidores de Descartes caían en el dogmatismo al defender la existencia de ideas innatas, los empiristas se veían abocados al escepticismo ante la imposibilidad de ofrecer más garantía para el conocimiento que la de la costumbre.

Nos es útil para entender la situación en que Kant encontró a la filosofía su célebre frase: "Hume me despertó del sueño dogmático". Como todo filósofo obsesionado por la razón, es decir, como los socráticos, los escolásticos medievales o los racionalistas del XVII, Kant entendía que las ideas gobernaban nuestra relación con el mundo y que, de alguna manera, lo que denominamos la "realidad" está determinado por los filtros a los que la razón somete a la experiencia. Sin embargo era perfectamente consciente de que si la metafísica estaba colapsada era porque sistemáticamente el intento de encontrar entidades ultraempíricas desembocaba en lo que Newton llamaba "fingir hipótesis". Lo que esto significa es que la metafísica se había convertido en un estéril ejercicio especulativo donde insistentemente se daban por hechas realidades indemostrables. En el caso cartesiano, la afirmación de ideas innatas supone en última instancia recaer en la necesidad de demostrar la existencia de Dios, operación que el autor francés lleva a cabo en el cuarto capítulo del Discurso del método.

Lo que descubrieron los empiristas es que un juicio científico debía referirse siempre de alguna forma a objetos reales, fueran conceptos como los matemáticos, perfectamente demostrables, o cuestiones de hecho como las que caracterizan a las ciencias físicas. A la afirmación en favor de la experiencia y la información sensible de Hume y Locke les faltaba un fundamento racional; lo que entendió perfectamente Kant es que ese fundamento no podía ser dogmático.

La primera misión de una filosofía crítica consiste en trazar los límites del conocimiento. Así acomete en su Crítica de la Razón Pura la determinación de los elementos a priori del conocimiento. Ese carácter apriorístico arranca del principio que determina lo que ha venido en llamarse el "giro copernicano" de la filosofía, que consiste en afirmar que es el sujeto el que determina el objeto, no viceversa. En otras palabras, lo que Kant descubre es que la verdad es una construcción en la que la razón otorga activamente sentido a la experiencia, que sin ella resultaría caótica e ininteligible.

En las dos primeras partes de la Crítica Kant contesta a la primera de las tres grandes preguntas que dan sentido a su proyecto intelectual: ¿qué puedo conocer? Se trata de establecer los límites de la razón, preguntarse qué podemos conocer y que es inaccesible al conocimiento, lo que nos permitirá evitar los antiguos abusos. Así inicia su deducción trascendental, determinando que la sensibilidad está condicionada por dos intuiciones puras, el espacio y el tiempo, marco irrebasable de toda sensación. Esta tarea la desarrolla en la Estética Trascendental, a la que seguirá la Analítica Trascendental, en la que establecerá que son doce las categorías o conceptos puros con los que el entendimiento organiza y da sentido a la experiencia.

Establecido el proceso de deducción ya nos encontramos en situación de definir el objeto científico como “fenómeno”, es decir, un enunciado toma el rango de verdad científica en la medida en que el objeto al que se refiere resulta de la síntesis entre los datos de la sensibilidad, sometidos a las condiciones del espacio y del tiempo, y los conceptos del entendimiento a los que dicha experiencia se ajusta. Kant denomina juicios sintéticos a priori a los que son genuinamente científicos, o sea, aquellos enunciados en los cuales se nos ofrece algún tipo de información y tienen asimismo un valor universalizable y garantizado por la forma de la razón. Este tipo de juicios, como se demuestra en la Estética, son perfectamente factibles en matemáticas, y, como se demuestra en la Analítica, constituyen también el conocimiento en ciencias experimentales.

¿Son posibles los juicios sintéticos a priori en metafísica? No, al menos no si entendemos ésta en el sentido dogmático, pues los entes que tradicionalmente afirma no se ajustan a las formas del fenómeno. ¿Qué hacemos entonces con la metafísica? ¿Nos conformamos con abandonarla como querían los escépticos y empiristas? Kant entiende que los abusos de la razón característicos del dogmatismo deben ser superados, pero aún así estima que las pretensiones de la metafísica la convierten por algo en la primera ciencia de la historia y la última que, probablemente, habrá de desaparecer. Lo que debe hacer el metafísica es dejar de afirmar realidades intangibles en el terreno de la ciencia y trasladarlas, en condición no fenoménica sino nouménica, al reino de la ética, donde cobrarán sentido en tanto que orientadoras de la acción moral. Así, la razón práctica se presenta como el reino de la libertad, aquel en el que se contesta a la pregunta “¿qué debo hacer?”. Los grandes temas, la inmortalidad, la existencia de Dios o la libertad cobran ahora valor regulativo, no constitutivo del reino de la moral, que es a fin de cuentas, el reino de la libertad.

Esta operación de traslado, que se completa en la tercera parte de la Crítica de la razón pura, abre la puerta a la Crítica de la razón práctica, que termina de trazar el gran mapa de la razón con el que Immanuel Kant pone en conceptos el mundo de la Ilustración o, lo que termina por ser lo mismo, presenta la comprensión intelectual de la cultura contemporánea.