divendres, 3 de maig del 2019

COMENTARIO SOBRE SIMONE DE BEAUVOIR


"Es decir, que el drama no se desarrolla sobre un plano sexual; la sexualidad, por otra parte, jamás se nos ha presentado como definidora de un destino, como portadora de la clave de las actitudes humanas, sino como expresión de la totalidad de una situación que contribuye a definir. La lucha de los sexos no está inmediatamente implicada en la anatomía del hombre y de la mujer. En verdad, cuando se la evoca, se da por supuesto que en el cielo intemporal de las Ideas se desarrolla una batalla entre esas esencias inciertas: el Eterno femenino y el Eterno masculino, y no se echa de ver que ese titánico combate reviste en la Tierra formas completamente diferentes correspondientes a momentos históricos distintos."




El texto que antecede pertenece al célebre ensayo de Simone de Beauvoir «El segundo sexo», en el cual se exponen las claves filosóficas del feminismo contemporáneo. El tema concreto sobre el que trata el fragmento es el conflicto entre los sexos. Su objetivo es rechazar los tópicos que explican ese conflicto desde la pura biología o desde el idealismo.

La autora empieza desactivando la explicación puramente «sexual», es decir, la que explica la disputa en base a razones biológicas. Desde esa perspectiva, varones y hembras estaríamos marcados por un destino que, desde las simples hormonas, determinaría nuestro comportamiento. Así, si lo masculino es agresivo, dominante, racional y conquistador, lo femenino es delicado, maternal, emocional y seductor... Y todo ello se explica, en esa teoría equivocada, únicamente por las gónadas. Como dice textualmente: «La lucha de los sexos no está inmediatamente implicada en la anatomía del hombre y de la mujer».

Esa teoría es aparentemente contraria a la que expone a continuación, la que entiende lo masculino y lo femenino como esencias intemporales. Esta concepción es la que llamamos «platónica» o «conceptualista». Considera los géneros como valores universales que se repiten a través del tiempo al modo de un ideal que no habría manera de cambiar. Las características que hemos apuntado y que definen al hombre como dominante y a la mujer como sumisa corresponderían entonces a valores colgados de un «cielo intemporal». Aparentemente, la posición idealista se opone a la biologicista, pero coinciden en algo: parecen creer que los roles diferenciados son nuestro destino, una realidad impuesta a la que no podemos resistirnos, siempre fue así y nunca dejará de serlo.

La frase final del texto, en la que ironiza sobre el «eterno femenino» y el «eterno masculino», marca la posición alternativa a las otras dos, la que defiende de Beauvoir a la largo de «El segundo sexo»: los géneros son en realidad una construcción histórico-cultural. A lo largo de la historia su relación ha ido experimentando transformaciones, esas relaciones han ido sometiendose a configuraciones distintas. Lo que intenta explicar la autora es que las relaciones de dominación articuladas por el patriarcado no son irremediables, responde a visiones que han ido imponiéndose sobre los sujetos como si no hubiera otras posibles... Pero sí las hay, de ahí que con «El segundo sexo» nos hallemos ante la primera obra del feminismo contemporáneo.