"Es
decir, que el drama no se desarrolla sobre un plano sexual; la
sexualidad, por otra parte,
jamás se nos ha presentado como definidora de un destino, como
portadora de la clave de las actitudes humanas, sino como expresión
de la totalidad de una situación que contribuye a definir. La lucha
de los sexos no está inmediatamente implicada en la anatomía del
hombre y de la mujer. En verdad, cuando se la evoca, se da por
supuesto que en el cielo intemporal de las Ideas se desarrolla una
batalla entre esas esencias inciertas: el Eterno femenino y el Eterno
masculino, y no se echa de ver que ese titánico combate reviste en
la Tierra formas completamente diferentes correspondientes a momentos
históricos distintos."
El
texto que antecede pertenece al célebre ensayo de Simone de Beauvoir
«El segundo sexo», en el cual se exponen las claves filosóficas
del feminismo contemporáneo. El tema concreto sobre el que trata el
fragmento es el conflicto entre los sexos. Su objetivo es rechazar
los tópicos que explican ese conflicto desde la pura biología o
desde el idealismo.
La
autora empieza desactivando la explicación puramente «sexual», es
decir, la que explica la disputa en base a razones biológicas. Desde
esa perspectiva, varones y hembras estaríamos marcados por un
destino que, desde las simples hormonas, determinaría nuestro
comportamiento. Así, si lo masculino es agresivo, dominante,
racional y conquistador, lo femenino es delicado, maternal, emocional
y seductor... Y todo ello se explica, en esa teoría equivocada,
únicamente por las gónadas. Como dice textualmente: «La lucha de
los sexos no está inmediatamente implicada en la anatomía del
hombre y de la mujer».
Esa
teoría es aparentemente contraria a la que expone a continuación,
la que entiende lo masculino y lo femenino como esencias
intemporales. Esta concepción es la que llamamos «platónica» o
«conceptualista». Considera los géneros como valores universales
que se repiten a través del tiempo al modo de un ideal que no habría
manera de cambiar. Las características que hemos apuntado y que
definen al hombre como dominante y a la mujer como sumisa
corresponderían entonces a valores colgados de un «cielo
intemporal». Aparentemente, la posición idealista se opone a la
biologicista, pero coinciden en algo: parecen creer que los roles
diferenciados son nuestro destino, una realidad impuesta a la que no
podemos resistirnos, siempre fue así y nunca dejará de serlo.
La
frase final del texto, en la que ironiza sobre el «eterno femenino»
y el «eterno masculino», marca la posición alternativa a las otras
dos, la que defiende de Beauvoir a la largo de «El segundo sexo»:
los géneros son en realidad una construcción histórico-cultural. A
lo largo de la historia su relación ha ido experimentando
transformaciones, esas relaciones han ido sometiendose a
configuraciones distintas. Lo que intenta explicar la autora es que
las relaciones de dominación articuladas por el patriarcado no son
irremediables, responde a visiones que han ido imponiéndose sobre
los sujetos como si no hubiera otras posibles... Pero sí las hay, de
ahí que con «El segundo sexo» nos hallemos ante la primera obra
del feminismo contemporáneo.