dimarts, 10 de setembre del 2013

2º BACHILLER PLATÓN


 

 LA REPÚBLICA. PLATÓN.
LIBROS VI Y VII.

1. PLATÓN Y LA ATENAS DEL SIGLO V


En la floreciente Atenas del V antes de Cristo nos encontramos la primera democracia de la historia. Como evidencia la etimología, democracia significa poder del pueblo (demos), el cual se rige por el principio de la isonomía y la potestad para todo ciudadano de participar en la Asamblea. La democracia antigua es directa, lo cual supone que en la Asamblea se debaten y aprueban las leyes de la ciudad, así como decisiones trascendentes como la guerra o la elección de magistrados para los tribunales.

Pese al incuestionable esplendor económico, militar o cultural del llamado Siglo de Pericles, el último tramo de la centuria, que coincide con la juventud de Platón, es especialmente conflictivo en la polis. Se registra una rivalidad muy violenta entre los partidarios de la democracia y los de la oligarquía. Es también notable la incidencia sobre la vida de los atenienses de las Guerras del Peloponeso, que terminaron en el 404 a.c. con una terrible derrota ante Esparta, lo cual supone el fin de la hegemonía ateniense sobre la zona, incluyendo el mar Egeo. Los espartanos impusieron, a cambio de no saquear y destruir la ciudad, un gobierno servil sobre el que ejercían total control. Este corto proceso, llamado de los Treinta Tiranos, acabó con una revuelta democrática.

Platón fue discípulo y amigo de Sócrates, quien le influyó enormemente. Participó en la política activa, sobre todo durante sus estancias en Siracusa (Sicilia) al servicio del Rey Dión, alguna de las cuales pudo acabar con su vida. También tuvo la oportunidad de colaborar con los Treinta Tiranos, entre los que había algún familiar suyo, pero la rechazó. Esta experiencia y, muy especialmente, la condena a muerte de la Asamblea a Sócrates, le convencieron de que tanto la democracia como la oligarquía eran incapaces de gobernar una ciudad con justicia y armonía, de ahí su famosa frase de la Carta VII: "Todos los estados están mal gobernados". Hay que tener en cuenta lo mezquino de las imputaciones a Sócrates -corrupción a la juventud e impiedad religiosa- y el que Platón le considerara el mejor de todos los hombres.

Convencido de que la política activa era una vía muerta para implantar la justicia, decidió fundar en 387 la Academia, escuela de filosofía que pretendía formar en la sabiduría más elevada a los futuros gobernantes, propiciando con ello la puesta en práctica de su propuesta del "Gobierno de los Filósofos". 

2. PLATÓN Y LA FILOSOFÍA GRIEGA

Los presocráticos

La Grecia del siglo VI es protagonista de uno de los fenómenos fundacionales de la civilización occidental. Curiosamente es en las esquinas de la Hélade -Jonia en el Asia Menor, y la Magna Grecia en la región itálica- donde aparecen las primeras explicaciones sobre el origen y la naturaleza del mundo de tipo científico-racional, lo que conocemos como "paso del mito al logos". Los presocráticos buscaban el arjé, es decir, un primer principio a partir del cual existe el universo. Así Tales de Mileto decía que el primer principio era el agua, Anaxímenes lo dijo del aire, de ahí que a los primeros pensadores de Jonia se les conozca como "físicos", incluyendo a Heráclito, quien decía que el principio universal era el fuego.  Por el contrario, los filósofos itálicos como los pitagóricos o Parménides trabajaban con explicaciones abstractas o especulativas, lo cual supone que es la razón y no los sentidos quien puede alcanzar la verdad. Es importante constatar que Platón edificará su pensamiento a partir de la influencia de estos últimos y no de los jonios. La razón es que, para Platón, la filosofía no debe estudiar el mundo natural, pues lo físico es cambiante, múltiple y corruptible. La razón no puede hacer ciencia a partir del cambio, pues de lo cambiante podemos hacer opinión (doxa) pero no conocimiento real.

Detengámonos en estas influencias. El pitagorismo arranca del principio de que la esencia del mundo es numérica, es decir, que el ser tiene una estructura matemática y está sujeto a la armonía aritmética. La escuela de Pitágoras abraza la tradición religiosa de los órficos, que creen en una noción muy antigua en Grecia, la reencarnación o transmigración de las almas. Para un órfico-pitagórico el cuerpo es una prisión para el alma, de manera que ésta tiene que luchar para liberarse de él. ¿Cómo? A través de la sabiduría, el conocimiento de la esencia matemática del universo. La influencia del matematicismo itálico será decisiva en Platón.

Heráclito de Efeso es un personaje clave. Su frase "No te bañarás dos veces en el mismo río" supone que el universo es puro cambio, devenir,  "todo fluye", nada permanece, todo se consume en el fuego universal. Platón entiende perfectamente que en el medio natural todo es devenir, todo nace y muere, pero se aleja de él cuando no reconoce la existencia de entidades ajenas al cambio, lo que aboca al callejón sin salida del conocimiento imposible, pues no puede haber conocimiento de lo que está sometido a la mutación y la corrupción. La pista buena vendrá nuevamente de tierras itálicas, concretamente de Parménides de Elea, cuya doctrina se opone activamente a la de Heráclito. El eléata opone rotundamente la vía de la verdad a la vía de la opinión. Lo que encuentra la vía verdadera, que es la de la razón, opuesta a la de los sentidos, es el Ser, lo que existe absolutamente, lo eterno y espiritual, a lo que sólo podemos acceder mediante el alma. En cuanto a la vía de la opinión, es engañosa, pues se basa en las apariencias que nos transmiten los sentidos.

Sócrates y los sofistas.

La democracia ateniense del V creó el ambiente más adecuado para la espectacular irrupción en la vida pública de la ciudad del movimiento sofístico (Sophós: sabios)

Es importante aclarar que en el ágora lo que generaba admiración no era, como en los tiempos homéricos, la espada o el linaje, sino la elocuencia. El objetivo era exhibir en la asamblea o los tribunales una brillante oratoria para convencer, obteniendo así un enorme prestigio social e incluso fortuna económica. Fueron los sofistas quienes instituyeron escuelas de pago para adiestrar en las artes que, como la oratoria o las leyes, otorgaran ese éxito tan deseado. Es importante matizar que lo que se buscaba con la enseñanza sofística era la persuasión, es decir, convencer a los oyentes, pero no la verdad. Esto generó la animadversión de Sócrates y, más adelante, de Platón. Consideraban que la etiqueta de sabios con la que se presentaban los sofistas era un engaño, para ellos eran unos impostores que convertían la democracia en demagogia.

Más allá de su labor como educadores, algunos sofistas son relevantes en la historia de la filosofía. Protágoras, por ejemplo, es el padre del relativismo, plasmado en la célebre frase: “El hombre es la medida de todas las cosas”. No hay verdades absolutas, todo depende del criterio desde el que la realidad es vista, lo cual supone que verdadero es lo que a uno le parece verdadero, es decir, que no hay diferencia entre conocimiento y opinión (doxa) En una línea similar, Gorgias defendió el escepticismo, que niega a la razón la capacidad para alcanzar lo verdadero. Esto significa que nuestras palabras no pueden pretender decir la verdad, sólo sirven para conmover a la asamblea y alcanzar éxito y dinero, pero no hay verdades universales de las que un discurso pueda dar cuenta.

¿Por qué pensaban así? ¿No dejaban a la ciencia en un callejón sin salida? Hay que entender que en aquella época, fuertemente ilustrada y humanística, los sofistas reaccionaban contra las antiguas creencias que encontraban en los dioses y el orden eterno del universo el origen de los valores morales y de las leyes. Estos tienen para ellos un origen puramente humano, son convencionales, existen las leyes y las costumbres morales porque los hombres las han acordado. Esto significa que las normas son revisables y que lo justo y lo bueno son aquello que la mayoría ha decretado, lo cual supone que las normas de los persas son buenas entre los persas. Este planteamiento lleva al pragmatismo o empirismo político, que aconseja al gobernante actuar según los deseos de la gente si quiere seguir en el poder y tener éxito. En la asamblea de Atenas se trataría de halagar a la masa, decirle al pueblo lo que desea escuchar para así obtener el aplauso.

El gran oponente de la escuela sofística fue Sócrates, un tipo sabio que obtenía seguidores con la misma facilidad con la que se buscaba enemistades. Es importante reseñar que era hijo de una comadrona (mayéutica) y que jamás escribió libros, pues para él la filosofía se debe articular a través del diálogo. Es llamativo que las obras de Platón fueran mayoritariamente dialógicas, y que el protagonista fuera siempre Sócrates, acompañado de distintos personajes que hacían de discípulos. Su frase más célebre es “Sólo sé que no sé nada”, según la cual sólo reconociendo la propia ignorancia se puede llegar al verdadero aprendizaje. Esta modestia intelectual contiene ya una carga de profundidad en contra de la vanidad de los sofistas. Con el regreso de la democracia tras el desgraciado episodio de los Treinta Tiranos, fue condenado a muerte por la asamblea, que le acusó de impiedad y corrupción a la juventud. La razón de fondo fue política, y podemos suponer que contribuyó el odio y la envidia de algunos sofistas. Hay que recordar que fue maestro de Alcibíades y Critias, que tuvieron una relevancia muy negativa en la vida política ateniense. En cualquier caso, y pese a que Sócrates no proponía el retorno de la oligarquía, tampoco simpatizaba con la democracia.

Lo que sabemos de la filosofía socrática proviene sobre todo de los textos platónicos. Es el autor de la teoría de las definiciones, considerada como el primer esbozo de la platónica teoría de las Ideas y como la segunda contribución histórica a la construcción de una genuina teoría científica después de Parménides. Sócrates entendía que no podemos hablar de cosas justas o injustas si no disponemos de un criterio universalmente válido sobre qué es la justicia. Esto vale igualmente para otros principios abstractos como el bien o la belleza. Cuando Sócrates debatía, siempre preguntaba por la esencia de los grandes valores morales, negando a su interlocutor el derecho a hablar de cosas bellas, justas o buenas sin haber definido antes la esencia de tales valores. Este planteamiento arranca de la convicción de que hay o debe haber definiciones universales, es decir, ajenas al contexto o circunstancia cultural, personal o temporal desde el que se emiten opiniones, y accesibles a la reflexión filosófica. Estamos ante una evidente reacción frente al relativismo y escepticismo de los sofistas, se trata en suma de negar a la doxa la condición de único conocimiento posible. La ciencia ha de quedar siempre por encima de las opiniones.

Deriva de esta concepción el intelectualismo moral, tan enormemente influyente sobre Platón como la teoría de las definiciones. Para ser virtuoso sólo sirve ser sabio, es decir, asumir la disciplina del conocimiento. Es imposible ser justo en todas las situaciones si no se dispone de un criterio seguro sobre qué cosa es la justicia. De igual manera que el hombre justo conoce la verdad, el injusto la desconoce, lo que supone el vicio arranca de la ignorancia más que de las malas intenciones, de igual manera que quien conoce el bien con seguridad actuará de forma bondadosa.

Es obvio que se desliza por este discurso la necesidad de un modelo pedagógico complejo. La educación, al contrario que las escuelas sofísticas, busca la verdad, pero la tarea del maestro no es transmitírsela, como si el alumno fuera un ignorante sin más, sino guiarle a través del diálogo para que pueda iluminar y extraer la verdad que habita su alma y de la que no era consciente. Este modelo se llama dialéctica y consta de dos fases. En la primera, la ironía, se trata de que el alumno ponga en tela de juicio todas sus convicciones, asumiendo a través del juego de preguntas y respuestas con el maestro, que llega a burlarse de su ingenuidad, que sus opiniones están repletas de contradicciones. La segunda fase, llamada mayéutica, es aquella en la que el alumno dé a luz o extraiga la verdad que ya estaba dentro de sí. Halladas la verdad sobre el bien, la justicia o la belleza, el discípulo es ya un iniciado en el camino del sabio.


3. LA FILOSOFÍA DE PLATÓN

La Carta VII.

Para entender el origen de los esfuerzos intelectuales de Platón hay que empezar por entender que sus preocupaciones iniciales siempre fueron las de la política, es decir, el destino de la justicia en la polis, que se encontraban seriamente amenazadas, como demostraban, entre otros muchos acontecimientos, la muerte de Sócrates. Es oportuno consultar la Carta VII.

“Pero dio también la casualidad de que algunos de los que estaban en el poder llevaron a los tribunales a mi amigo Sócrates, a quien acabo de re­ferirme, bajo la acusación más inicua y que menos le cuadraba: en efecto, unos acusaron de impiedad y otros condenaron y ejecutaron al hombre que un día no consintió en ser cómplice del ilícito arresto de un partidario de los entonces proscritos, en ocasión en que ellos padecían las adversidades del destierro. Al observar yo cosas como éstas y a los hombres que ejercían los poderes públi­cos, así como las leyes y las costumbres, cuanto con mayor atención lo exami­naba, al mismo tiempo que mí edad iba adquiriendo madurez, tanto más difícil consideraba administrar los asuntos públicos con rectitud; no me parecía, en efecto, que fuera posible hacerlo sin contar con amigos y colaboradores dignos de confianza; encontrar quienes lo fueran no era fácil, pues ya la ciudad no se regía por las costumbres y prácticas de nuestros antepasados y adquirir otros nuevos con alguna facilidad era imposible; por otra parte, tanto la letra como el espíritu de las leyes se iba corrompiendo y el número de ellas crecía con extra­ordinaria rapidez.

De esta suerte yo, que al principio estaba lleno de entusiasmo por dedicar­me a la política, al volver mi atención a la vida pública y verla arrastrada en to­das direcciones por toda clase de corrientes, terminé por verme atacado de vér­tigo, y si bien no prescindí de reflexionar sobre la manera de poder introducir una mejora en ella, y en consecuencia en la totalidad del sistema político, sí de­jé, sin embargo, de esperar sucesivas oportunidades de intervenir activamente; y terminé por adquirir el convencimiento con respecto a todos los Estados ac­tuales de que están, sin excepción, mal gobernados; en efecto lo referente a su legislación no tiene remedio sin una extraordinaria reforma, acompañada ade­más de suerte para implantarla. Y me vi obligado a reconocer, en honor a la verdadera filosofía, que de ella depende el obtener una visión perfecta y total de lo que es justo tanto en el terreno político como en el privado, y que no ce­sará en sus males el género humano hasta que los que son recta y verdadera­mente filósofos ocupen los cargos públicos, o bien los que ejercen el poder en los Estados lleguen, por especial favor divino, a ser filósofos en el auténtico sentido de la palabra”.



PLATÓN:    Carta VII 324 c-326 a

 
Se trata pues de obtener el conocimiento verdadero, pero no por alguna suerte de vanidad intelectual, sino porque sólo si se dispone de nociones universales sobre el bien y la justicia es posible gobernar con justicia y bien la ciudad. Además, el hombre educado por la filosofía sabrá también ser justo en su propia vida, lo cual le llevará al gobierno por ansia de servir al bien de la polis y no por prestigio o riqueza personal, que es lo que infortunadamente sucede en la actualidad con todos los dirigentes que Platón ha conocido en su larga vida. Vemos entonces que la ciudad feliz habrá de ser dirigida por hombres sabios y virtuosos, tal y como ya mostró el maestro Sócrates con su intelectualismo moral.  Pero la justicia no sólo requiere buenas intenciones, también una organización en la que todos los individuos trabajen para el bien de sus conciudadanos, se trata de alcanzar la armonía. He aquí la teoría del gobierno de los filósofos. Serán filósofos en la medida en que hayan aprendido en la Academia la sabiduría suprema, la filosófica, que proporciona el conocimiento de las verdades universales, a las que llamará Ideas.

La teoría de las Ideas

¿Qué es una Idea (eidós)? No debemos buscarlas en el mundo material, sometido al vértigo del devenir y accesible a través de los sentidos. La razón es sencilla: el mundo sensible es el de la doxa, de él no podemos obtener conocimiento verdadero, pues algo que cambia continuamente no puede ser objeto de verdad epistémica (científica). Pero ¿existen realidades inmateriales y eternas? Como ya dijo Sócrates, tiene que haberlas, pues de lo contrario la ciencia sería imposible y viviríamos en un mundo incomprensible para la razón. Esas entidades solo pueden ser ultraterrenas y ultraempíricas.  Pero insistamos: ¿qué es una Idea?

Si se nos pregunta qué es la belleza, nos referiremos a cosas que nos parecen bellas, un cuadro de Van Gogh, un poema de Neruda, la cabeza de Nefertiti...Ninguno de estos seres son la belleza, sólo consideramos que son cosas bellas. Esto significa que, al menos, tienen algo en común, que contienen la esencia de la Belleza en sí. ¿Cómo extraer esa esencia de entre las cosas que nos parecen bellas si ninguna de esas cosas puede ser considerada como la Belleza? Debemos hallar a través de la reflexión el ideal cuyo reflejo encontramos en la multiplicidad de las cosas bellas, una Idea que no se confunde con ninguna de esas cosas, pero que todas de alguna forma imitan. Podemos caer en la tentación de pensar que una pintura bella o Nicole Kidman son más reales porque son tangibles y concretas, por oposición a esas Ideas de las que habla Platón, que resultan abstractas e intangibles. Pero el gran descubrimiento platónico es que, muy al contrario, son las ideas las que de verdad tienen un valor ontológico (valor de realidad) superior. Esto se debe a que Nicole Kidman es un ser fugaz, sometido al nacimiento y la muerte, obligado a envejecer, mientras que la Belleza es eterna, precisamente porque su carácter abstracto la preserva del devenir. Así se entiende la teoría de la mímesis, también llamada teoría de la participación, según la cual los seres del mundo material copian siempre a una Idea. Así el árbol que contemplo es una mímesis del árbol ideal, todos los objetos pertenecientes al género árbol lo son porque participan del ideal "Árbol".

Nos sirven otros ejemplos, como el de la Justicia en sí. Podemos opinar que el Estado de Israel actúa con poca justicia en relación a los palestinos, o que Baltasar Garzón ha sido un hombre muy justo en muchas ocasiones. Los casos son interminables, tantos como opiniones existan, pero no podemos pretender que una acción justa es la Justicia. Sólo quien gracias a la filosofía sea capaz de encontrar el conocimiento de las Ideas podrá diferenciar en el mundo material las leyes justas y las injustas, las cosas bellas y las que no lo son. Es importante no darle un sentido psicológico a la Idea platónica, no es simplemente algo que tú o yo tengamos en la cabeza, se trata de realidades eternas e inmateriales que existirían igualmente si ningún hombre las pensara, existen desde siempre, y seguirán haciéndolo aunque desaparezcamos. A ese no-lugar ultraterreno accesible solo a las almas le llamamos Mundo de las Ideas. También conviene no limitar el ámbito de las Ideas a los valores fundamentales por los que batallaba Sócrates. Existen la Igualdad, la Circularidad, la Unidad, la Dualidad, la Arboreidad... las Ideas explican el mundo sensible, que sería puro caos si los objetos materiales no imitaran a los ideales. Podemos en suma definir la Idea como aquello por lo cual un ser es lo que es, la Idea otorga unidad a la multiplicidad de seres que la imitan. Sólo por ello podemos comprender el mundo en el que nos encontramos.



El dualismo ontológico

La ontología es una parte esencial del conocimiento filosófico, estudia lo real, es decir, los entes o seres existentes. Al pensamiento platónico se le llama dualista porque distingue dos niveles de realidad. El mundo inteligible es el de las Ideas, es decir, se ocupa de realidades extramateriales que son accesibles solo a la inteligencia y no a los sentidos. Este mundo es superior y trascendente, y no es visible o accesible a los sentidos. Contiene tanto las Ideas  (inteligibles superiores) propiamente dichas como las entidades matemáticas (inteligibles inferiores). El mundo sensible es el del devenir, es decir, aquél en el que, como afirmaba el presocrático Heráclito, todo es cambio y movimiento. Sus seres representan un nivel inferior de la realidad en comparación con los inteligibles, pues son caducos –nacen y mueren- y sólo son perceptibles a través de los sentidos. El hecho de que Platón considere a los materiales “seres aparentes” no significa que sean una ficción, es decir, que no existan, diríamos más bien que están a medio camino entre el ser, lo inteligible, y la nada.

¿Cómo se establece el nexo entre uno y otro mundo, dado que ya sabemos que los seres sensibles son imitaciones de las Ideas? Platón postula aquí la figura del demiurgo (obrero cósmico), un ser de carácter divino que no ha creado las Ideas (son eternas) ni la materia, pero que sí ha tomado a las primeras para darle sentido a la materia informe, sacándola del caos y dándole un orden y un sentido.

Dualismo epistemológico

 La dualidad de lo ontológico se corresponde necesariamente con la dualidad del conocimiento. La epistemología (ciencia filosófica que estudia nuestro conocimiento de lo real) nos informa que el mundo inteligible es accesible a través de la ciencia (epistemé) y el mundo sensible lo es a través de la opinión (doxa). Podemos acceder a lo real si orientamos nuestra alma hacia el Mundo de las Ideas, lo cual requiere el conocimiento filosófico, que nos aparta de lo engañoso del mundo sensible. Éste es asunto del conocimiento sensible o doxa, debido a que se obtiene a partir de los sentidos, y es por tanto un mundo cambiante e imposible de convertir en ciencia. Platón no duda de que, como afirmaban Protágoras y otros sofistas, las opiniones son relativas, lo que estos no dijeron –y por eso llevan al pensamiento a un callejón sin salida- es que además de las opiniones existe el conocimiento verdadero.

Nos puede valer un simple ejemplo. Respecto a una acción cualquiera, dos personas pueden estar en desacuerdo, una pensar que ha sido justa y la otra lo contrario. Si extendemos la cantidad de opinantes hasta el infinito lo que nos encontramos es un caos de visiones, sin posibilidad de establecer un criterio unificador. Ese criterio lo lograremos cuando hayamos pasado por la Academia y hayamos conocido en profundidad la Idea de Justicia. Ésta es un universal, tiene validez por encima de las versiones subjetivas. No se trata pues de conocer cosas justas, esto no nos distingue de los opinantes, se trata de disponer de la esencia, ese ideal al que las acciones tratan de imitar.

¿Y por qué dentro del conocimiento epistémico resultan estar por encima las Ideas de las matemáticas? ¿No merecerían los llamados “inteligibles inferiores” el mismo rango que los superiores? También podemos darle la vuelta a la pregunta: ¿Y por qué los entes matemáticos son ciencia como las Ideas? ¿No deberían en realidad formar parte de las entidades materiales? Es una ingenuidad creer que el triángulo o las rectas paralelas o una unidad aritmética son realidades sensibles. Yo puedo dibujar un triángulo, dos rectas paralelas o escribir el signo del 2, pero ninguno de estos casos es otra cosa que una copia imperfecta de una realidad que es puramente abstracta y conceptual. Existe la Triangularidad en sí, es decir, la Idea de Triángulo, pero ningún triángulo concreto y representable es esa Idea, tan sólo es una copia física e imperfecta de una Idea eterna. La conclusión es que, al igual que las Ideas, los conceptos matemáticos son inmateriales, únicos y eternos.

¿Por qué entonces son inteligibles inferiores? Hay varias razones. Una es que el mundo físico imita a las Ideas, pero sólo de forma secundaria imita a las matemáticas. En la realidad física hay seres triangulares, desde luego, pero Ideas como Justicia en sí siempre estarán más lejos del mundo cambiante que la Triangularidad. La prueba es que podemos representar un triángulo, pero no hay manera de representar la Justicia, su nivel de abstracción es mucho mayor.  

Dualismo antropológico


El dualismo platónico ha de extenderse a la fuerza al tercer gran pilar del mapa filosófico que establecemos: el hombre. Si hay dos realidades y dos formas de conocerlas, es porque también eso a lo que llamamos el antropós tiene carácter dual. Somos alma y cuerpo y, por supuesto, aquella es superior a ésta. Es importante aportar aquí información sobre una de las teorías subsidiarias de la de las Ideas, la teoría de la reminiscencia (también llamada del recuerdo o la anamnesis). Para entenderlo podemos recurrir al célebre Mito del auriga. Este es, a grandes rasgos, el contenido del relato.  

Las almas de los hombres, por la dificultad de conducir el carro (uno de los dos caballos es díscolo), difícilmente logran seguir a las de los dioses; apenas llegan a sacar la cabeza fuera de la bóveda del cielo y ver, más o menos; la que logra ver algo, queda libre de sufrimiento hasta la próxima revolución, porque la presencia de lo ente es el alimento para "lo mejor" del alma; pero, si el alma no ha conseguido ver, sino que, por el contrario, en la lucha ha sido derrotada, pierde las alas y cae a tierra, donde toma posesión de un cuerpo, que, por la virtud del alma, parecerá moverse a si mismo. Si, de todos modos, el alma ha visto alguna vez, no será fijada a un cuerpo animal, sino a un cuerpo humano, y según que haya visto mas o menos, será fijada al cuerpo de quien haya de ser una u otra cosa; la de que haya visto más, será el alma de Un amante de la sabiduría o un cultivador de las Musas o del amor; la segunda será el alma de un gobernante obediente a la ley, y así hasta la octava que será la de un sofista, y la novena, que será la de un tirano. Al final de una vida, las almas son juzgadas y hasta completar un milenio llevan, bajo tierra o en un lugar del cielo , una vida concorde con los merecimientos de su vida terrena

Siguiendo la tradición órfico-pitagórica, Platón explica que si podemos conocer unos entes que están más allá del mundo en que nos movemos es porque existe la transmigración de las almas.Así, parece que las almas anduvieron por el mundo celestial y contemplaron las Ideas, pero al caer en un cuerpo mortal, arrastradas por las pasiones y deseos del mundo sensible, las han olvidado. La empresa de una vida virtuosa consiste en esforzarse en recordar, extraer la verdad que habita oculta el alma dejando de lado los impulsos que provienen del cuerpo y de la realidad mundana.

El alma es lo que nos identifica, inmortal y espiritual, constituye el principio del conocimiento, precisamente porque el transmigracionismo supone que ya habitó el Mundo de las Ideas. El cuerpo, y seguimos también aquí la senda pitagórica, es una cárcel para el alma, se diría que somos el producto de una caída. De él provienen las pasiones y deseos, propias del mundo sensible y que distorsionan nuestro acceso a la virtud y el conocimiento verdadero.

El Mito del Auriga nos da también la pista para entender que el alma abarca tres partes o aspectos. La superior a las otras dos, representada en el mito por el auriga, es la racional, de la que es propia la razón o logos. Se identifica con la cabeza y la virtud que le es propia es la sabiduría. La parte irascible tiende a las pasiones, se asocia al pecho y su virtud propia es la valentía. Finalmente, la parte concupiscible tiende a los deseos, se asocia al bajo vientre y su virtud apropiada es la templanza. Es evidente el símil con el mito, el auriga representa la razón, el caballo blanco las pasiones, y el caballo negro encarna los deseos. La gran cuestión es que, como sucede en la cuadriga o carro alado, la razón debe dominar sobre pasiones y apetitos, pues cuando mandan las dos partes del alma que tienden hacia el cuerpo, en especial la parte concupiscible, la vida del hombre se vuelve desastrosa. Si cada una de las partes se adecua a su virtud, entonces alcanzamos el ideal de la armonía. No es fácil alcanzarla, sólo los sabios lo hacen, sólo ellos son capaces de imponer armonía en su vida privada y pública porque han vislumbrado el Mundo de las Ideas.


La política

Es irremediable empezar por el trauma juvenil que marcó la vida de Platón: la muerte de Sócrates. Entre otras conclusiones, Platón descubrió que la gestión de la ciudad es similar a la de un barco: ningún marinero puede llevar el timón si no ha sido adiestrado en el arte naval. De igual manera, el político debe conocer el arte de la justicia. Esto es impracticable en democracia, donde el timón del Estado está en manos de masas ignorantes, masas manejadas por demagogos como los sofistas, los cuales, hipnotizan a la gente a partir de su persuasiva elocuencia, tal y como sucedió con la condena de Sócrates.

Platón propone el Gobierno de los Filósofos. Como ya propuso en la Carta VII, gobernar supone conocer la Idea de Justicia, algo solo accesible mediante el estudio filosófico. El Gobierno de los Filósofos se asocia al intelectualismo moral socrático, según el cual los sabios hacen el bien porque saben en qué consiste, de igual manera que son quienes ignoran el bien los que actúan injustamente. Así, mientras el tirano será un ignorante, el filósofo gobernante dirigirá a través de los ideales de Justicia y Bien. Nada que ver con la democracia ¿y con la aristocracia? ¿no estamos a fin de cuentas proponiendo el poder de la élite? (aristoi: los mejores). En cierto modo sí pero los mejores no son, como en el mundo homérico, los que tienen linaje, sino aquellos que destacan por su educación y su virtud.

¿Será armónica aquella ciudad donde gobiernen los filósofos? Así se explica en la utopía de la República. Hablamos de gobernantes cuyo fin supremo es servir al Estado, anteponiendo el bien común al propio. Ese gobernante propiciará una comunidad cohesionada frente al caos que Platón encuentra en toda la Hélade. Aquí debemos regresar al Mito del Auriga. El Estado debe contener tres grandes clases o partes, como el alma. La parte de los apetitos o concupiscible se identifica con los productores, aquellos que la ciudad necesita para asegurar su bienestar material. La parte irascible se identifica con los guardianes, destinados a la defensa y honorables en la medida en que no sucumban a la tentación de tomar las armas contra la ciudad. La parte racional  corresponde a los filósofos, cuya sabiduría filosófica les permite gobernar con armonía. Se trata en definitiva de dividir el trabajo según las capacidades de cada cual. Esta armonía entre clases sociales se da solo si los gobernantes desarrollan la sabiduría, los guardianes la valentía y los productores la templanza.

La educación

De igual manera que hay un arte para el cultivo de alimentos o un arte militar, debe haber un saber propio del político que pueda transmitirse. Esta ciencia del bien y la justicia es la filosofía, única mediante la que se pueden conocer las Ideas. Quedan así definitivamente vinculadas la filosofía y la política.

El futuro gobernante se educará en la Academia donde, con la ayuda de sus maestros, dirigirá su alma hacia las Ideas, que culminan en la idea suprema: el Bien. Este proceso, que podemos asimilar a una escalera, se llamará mayéutico, en el que como recordamos hay dos fases: la fase de la ironía, donde el alumno se encuentra con sus propias contradicciones a través del diálogo con el maestro, y la fase luminosa, donde se encontrará con la verdad. Esa última fase supone el encuentro con la dialéctica, ciencia suprema o filosofía. Platón sabe que no podemos educar al filósofo gobernante con la dialéctica desde niño, pues el alma se halla demasiado prisionera del cuerpo y los apetitos materiales. Por ello debe familiarizarse poco a poco con el conocimiento abstracto y las entidades inteligibles a partir de las matemáticas.

La Academia debe captar a las inteligencias más capaces de entre los ciudadanos, y educarlos desde niños en un largo proceso que habrá de durar largos años. Cuando el conocimiento dialéctico se alcanza, el filósofo ya está en condiciones de gobernar, y entonces habrá de "regresar" a la política activa, ese mundo tan difícil sometido a las pasiones humanas. Entonces deberá intentar que el Estado alcance una armonía similar a la que él ha contemplado en lo alto de la escalera mayéutica. Es importante insistir en que no se  trata de alcanzar la sabiduría por interés teórico, se trata de alcanzar el conocimiento supremo por un interés tan práctico como es el político.

El contraste con los sofistas se vuelve a hacer patente. Estos se sentían cómodos en el modelo asambleario de la democracia, dominaban con su elocuencia las corrientes de opinión en el ágora. Como recordamos dirigían escuelas y enseñaban también para la política, pero con fines opuestos a los de la academia platónica. Como la verdad es relativa y no hay más verdad que el vértigo de las opiniones, el plan educativo no buscará la verdad, inclinándose por una solución pragmática: enseñar al alumno a alcanzar éxito social y riquezas. La primera gran controversia filosófico-política de la historia está servida.

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