TEMAS PROPUESTOS POR LA COMISIÓN
PARA LA
PAU
1. Hermenèutica pròpia de l’existencialisme de Beauvoir.
1.1. Lectura feminista de la dialèctica hegeliana de l’amo i
de l’esclau: la dona
com l’Altra en
la societat patriarcal.
1.2. Concepte de subjecte situat.
1.3. Mètode regressiu-progressiu en l’anàlisi de la condició
femenina.
2. Problematització de la categoria dona.
3. El factor cultural com a factor decisiu en l’anàlisi de
les causes de l’opressió
de la dona.
4. Educació i evolució col·lectives per a assolir
l’autonomia de les dones
i la reciprocitat
de les relacions entre homes i dones.
SIMONE DE BEAUVOIR. EL
SEGUNDO SEXO.
Introducción
- La autora y su texto
La escritura es un acto de compromiso político. La derrota
de la Segunda República
española y la emergencia nazi le hacen romper con la imagen del intelectual
individualista, decisión vinculada a la Resistencia francesa contra la invasión alemana y
a su relación amorosa con Jean-Paul Sartre. Filosofar será desde entonces cargar
con la propuesta de Karl Marx: “hasta hoy los filósofos han interpretado el
mundo, ahora deben transformarlo”.
El segundo sexo aparece
en 1949, la autora no asume la denominación de “feminista”. En cualquier caso,
su voluntad de investigar las condiciones históricas que hacen posible el
concepto de lo femenino y, en consecuencia, de las formas de opresión de la
mujer característica del patriarcado, le sitúan como la gran fundadora de los
estudios filosóficos de género.
Sólo se declarará explícitamente integrada en el feminismo
en los años setenta, siendo ya una anciana, cuando se haya convencido –en
contra de lo que planteaba en El segundo
sexo- que el socialismo no ha consumado sus promesas de liberación. No
obstante, su entrega a los movimientos de liberación de la mujer, que surge
paralelamente a otras corrientes de reclamación de derechos civiles propias de
los años sesenta y setenta, no se limita a exigir la igualdad de derechos entre
los sexos, pues cree que a partir del feminismo es posible alumbrar un proyecto
de transformación global de la sociedad.
- El segundo sexo y la historia del feminismo
Las primeras teorías que plantean la crítica de la opresión
de la mujer y la reivindicación de su emancipación son antiguas. Establezcamos
una cronología.
-Siglo XVII. Poulain de la Barre fue un cartesiano, y por tanto
racionalista, que apostó por la igualdad de las mujeres en base al principio
del método cartesiano según el cual no debemos dejarnos guiar por prejuicios,
sino por la luz de nuestra razón, única en la que podemos creer firmemente. Desde
esta perspectiva, postergar a la mujer declarándola débil, estúpida o
necesitada de protección, como nos ha hecho creer la tradición, es dejarse llevar por prejuicios y
mantenernos en la irracionalidad.
-La Ilustración. La
reivindicación de la razón, del sujeto libre y autónomo o de la categoría del
ciudadano son características del siglo XVIII, en el cual localizamos la
ruptura definitiva con el modelo de pensamiento tradicional, que aún subsistía
en el Antiguo Régimen, el cual nunca terminaba de asumir el principio de la
igualdad de derechos entre los seres humanos. Curiosamente, la primera
declaración de Derechos del Hombre, aparecida en los EEUU, tras la proclamación
de la Independencia,
proclama la igualdad “universal” de los derechos humanos sin incluir ni a los
negros ni a las mujeres. En la Revolución
Francesa, Olympe de Gouges reivindica la extensión a la mujer
de la igualdad que el nuevo régimen consideró como exigible para todo ciudadano
de la República. Terminó
siendo guillotinada, pero importantes pensadores de tanto prestigio como
Diderot o Voltaire terminaron encontrando incoherente hablar de derechos
universales y excluir de los mismos a la mitad de la población.
-Las sufragistas del XIX. Se centraron en la lucha por la
igualdad política. La
Declaración de Séneca Falls, redactada en Nueva York en 1848,
exigía el derecho a voto. En Gran
Bretaña, las sufragistas se hicieron célebres por el creativo estilo de sus
reivindicaciones, que incluían huelgas de hambre. Consiguieron el voto en 1918.
En España, gracias en gran medida al esfuerzo parlamentario de Clara Campoamor,
la República
lo aprobó en el 31. El derecho de la mujer al voto es universalmente reconocido
en la Carta de
los Derechos Humanos, promulgada en 1948.
-Años sesenta y setenta. El movimiento intensifica su
inclinación a la investigación, incrementándose los estudios de género, los
cuales consideran a Simone de Beauvoir y El
segundo sexo como su clave fundacional. Además de criticar el patriarcado y
el androcentrismo, se configura el concepto de “género”, que parte de la base
de que lo masculino y lo femenino son constructos categoriales que cada
sociedad y cada época hacen a su manera. Lo que legitima esta nueva ola del
feminismo es la evidencia de que con la victoria sufragista no se acaba, ni
mucho menos, la lucha de la mujer por la igualdad. Violencia de género,
feminización de la pobreza, discriminación laboral y salarial, ausencia de
paridad en tareas de cuidado... las viejas propuestas del feminismo siguen
teniendo vigencia.
- El segundo sexo ante la filosofía contemporánea
a. El
psicoanálisis
Sigmund Freud rompe en la segunda mitad del XIX con la
tradición que definía al sujeto como “racional” y “consciente”. Estas son a sus
ojos sólo pequeñas partes del sujeto, el cual se construye a partir de un vasto
continente oscuro que Freud denomina “inconsciente” y que su método
psicoanalítico se propuso investigar. A través de los sueños, los actos
fallidos y otros elementos del inconsciente de los que podemos tener noticia,
el psicoanálisis trata de curar a pacientes con enfermedades mentales. El gran
problema es que la sociedad se construye a partir de la represión: los
individuos debemos poner cortapisas a nuestros deseos continuamente, pues de lo
contrario peligraría nuestra supervivencia y la de la propia sociedad. El
exceso de represión, según Freud, genera neurosis.
Uno de los grandes descubrimientos de Freud es el Complejo
de Edipo, según el cual los niños sienten un deseo erótico difuso hacia la
madre que se complementa con el rechazo hacia el padre. La madurez llegará
cuando interiorice la Ley Moral o
Ley del Padre, la primera de las cuales es la prohibición del incesto. En las
niñas, siempre según Freud, se manifiesta como un complejo de castración, pues
sienten la ausencia de pene como una privación y una inferioridad.
De Beauvoir admira que el psicoanálisis descubriera que el
sujeto era una realidad compleja y que la relación con nuestro cuerpo sea
conflictiva y resulte decisiva para la configuración de la personalidad. Sin
embargo, cree que comete dos errores graves. El primero es que, al reducir la
importancia de la consciencia por concederle todo el peso al inconsciente,
parece condenar nuestra libre voluntad, es decir, la capacidad para actuar
intencionadamente, de tal manera que dejaríamos de ser libres para trazar
proyectos y construir una vida a partir de la razón. La segunda es que Freud
define la sexualidad femenina a partir de la masculina, es decir, si el niño
tiene a Edipo, la mujer tiene la falta de pene, si el hombre tiene “algo”, lo
que define a la mujer es la carencia de ese algo.
b. El
marxismo.
El pensamiento de Karl Marx, en la
medida en que critica la ideología burguesa, cuestiona como el psicoanálisis la
concepción del sujeto heredada de la modernidad. El hombre es para él un ser
social e histórico, y sólo cobra sentido en el seno de un sistema productivo,
es decir, que lo que es resulta de su acción económica. Su doctrina, el
materialismo histórico, considera que cada época es un modo productivo sometido
a la tensión entre clases sociales o, lo que es lo mismo, entre poseedores y
desposeídos, entre explotadores y explotados. El capitalismo industrial que
conoció a mediados del siglo XIX es el modo en que se enfrentan burguesía y
proletariado. El triunfo final de la revolución proletaria desembocará, según
Marx, en el socialismo.
De Beauvoir cree que el marxismo
nos pone sobre la pista buena al centrar la mirada en el contexto
socio-económico como clave para explicar la realidad de los individuos. Lo que
Marx no consigue es completar el concepto de la lucha entre clases con el
conflicto entre sexos. De Beauvoir piensa que el patriarcado y, por tanto, la
hegemonía del hombre, nace con la propiedad privada, la cual es a su vez origen
de instituciones como el matrimonio. Como izquierdista, simpatizaba con la idea
de que la revolución socialista podía arrastrar a todos los sectores sociales
oprimidos hacia la justicia. Sin embargo, la evidencia de que en la Unión Soviética no se estaba
produciendo la emancipación real de las mujeres, que seguían recluidas en su
función reproductora, le hizo pensar que el principio marxista de la revolución
proletaria era insuficiente si no atendía a cuestiones como la necesidad del divorcio,
los anticonceptivos o el aborto.
c. El
existencialismo
En El segundo sexo Simone
De Beauvoir dice adoptar para sus análisis el enfoque del existencialismo,
basado en el principio de Jean-Paul Sartre de que “la existencia precede a la
esencia”. Lo que esto significa es que no podemos encontrar una esencia o
naturaleza que nos defina a todos los humanos y que se encuentre en cada uno de
nosotros previamente a nuestras decisiones. En realidad no somos nada antes de
esas decisiones, somos lo que hacemos de nuestras propias vidas, somos el
resultado de nuestras decisiones. Es esto lo que quiere decir Sartre con la
idea de que “el hombre está condenado a ser libre”. Soy, sin poder excusarme en
los demás o en las circunstancias, lo que resulta de mis elecciones, soy, antes
que nada, un proyecto concebido por mí mismo. Por eso es característico del ser
humano el sentimiento de la angustia moral, pues soy responsable de cada uno de
mis actos y mi ser resulta de lo que a cada momento elijo.
Esa soledad irremediable
para decidir qué hacer con mi vida no se debe entender como aislacionismo. Muy
al contrario, tenemos responsabilidades morales, debemos aceptar el compromiso
con los demás y aceptar que nos vamos construyendo en medio de una realidad
intersubjetiva. No puedo realizarme como ser libre pisoteando al mismo tiempo
la libertad de los demás, mi libertad depende también de la de los demás.
El segundo sexo. Simone de Beauvoir.
- Introducción. La condición femenina, problema del texto.
¿Qué es una mujer? Esta pregunta aparentemente inútil y que
parece requerir una respuesta obvia, arrastra todo el sentido de la obra en la
medida en que lanza una duda radical sobre un contenido aparentemente fijado y
no cuestionado durante siglos. La primera sospecha es si ese concepto no ha
sido interesadamente acuñado a lo largo de la historia para obligar a los
sujetos a comportarse en función del mismo. En otras palabras: el patriarcado
ha decidido qué es –o mejor, qué debe ser “femenino”- y a partir de ahí las
mujeres han tenido que someterse a ese ideal para ser reconocidas como miembros
aceptables de su sexo y de la sociedad.
¿Es lo femenino una entidad biológica? De Beauvoir afirma
que el hecho de tener útero no condiciona toda una serie de rasgos de
comportamiento que, en realidad, son producto de aprendizaje en sociedad. Si
realmente las mujeres tienden a ser pasivas, dependientes, emocionales o
frívolas –tal y como se las define con aquello del “eterno femenino”-ello es
consecuencia del rol que se les ha asignado en la sociedad, de igual manera que
a los hombres se les exige racionalidad, autonomía o ambición. La autora
advierte una contradicción en las definiciones biologicistas de los sexos: si
realmente la condición de mujer se obtiene simplemente por hormonas, ¿por qué
entonces se les dice a las mujeres que son más o menos femeninas?
En realidad, lo femenino es un mito que se ha ido
configurando a lo largo de la historia y que en nuestro tiempo,
afortunadamente, se está viniendo abajo. Desde niños, se nos enseña el rol que
se ha decidido que corresponde a nuestro sexo, lo cual supone dos modelos
distintos y separados de socialización, quedando la peor parte para las
mujeres, pues deben asumir su posición inferior y dependiente.
- Metodología de investigación en El segundo sexo.
El trabajo de análisis e interpretación que lleva a cabo
S.De Beauvoir se denomina “hermenéutica existencial”, y consta de dos fases: la
regresiva y la progresiva, que corresponden a las dos partes en que se divide
el libro.
En la primera fase descubre cómo se ha ido configurando la
feminidad a lo largo de la historia. Advierte que la asimetría entre sexos
presente en todas las sociedades se define a partir de la carencia femenina.
Así, el hombre es sujeto, está atribuido de una serie de cualidades que
descubrimos como “lo humano”; de tal forma, la mujer es el ser defectuoso, pues
carece de tales cualidades. Si el hombre es lo Mismo, la mujer es lo Otro, si
el hombre es sujeto, la mujer es alteridad. ¿Estaba efectivamente destinada la
mujer a ser sometida? Es cierto que su condición de reproductora ha
condicionado su lugar social a lo largo de la historia; lo que la autora no
cree es que su fisiología le destinara necesariamente a ser dominada, ha sido
así porque se ha decidido que sea así, pero hubiera podido ser de otra manera
y, sobre todo, no tiene por qué seguir siéndolo.
Si en la fase regresiva, la autora analiza como desde el
exterior se le han ido imponiendo sus circunstancias a la mujer, en la fase
progresiva analiza más bien el interior, es decir, cómo las mujeres han ido
asumiendo su situación y las posibilidades que tienen de modificarla.
- Crítica existencialista del determinismo biológico: el concepto de “sujeto situado” y de “cuerpo vivido”.
La filosofía existencialista asume que somos en tanto que
establecemos proyectos, lo cual supone que nos construimos día a día a través
de nuestras decisiones, pero también que si perdemos la capacidad de decidir
nuestra vida se degrada. Beauvoir sabe muy bien que no siempre los espacios de
decisión son los ideales. Estoy condicionado por el contexto en que vivo, estoy “situado”, he venido con unos
condicionantes biológicos a un mundo ya estructurado culturalmente. El contexto
que históricamente ha ido forjando el varón degrada la existencia de las
mujeres, pues merma su capacidad de decisión.
Este razonamiento es cómplice del que, a partir del concepto
de “cuerpo vivido”, rechaza el determinismo biológico, el cual –como antes
advertimos- se inviste de rigor científico para afirmar que la inferioridad
histórica de la mujer está determinada por su biología. Se dice que la mujer es
“débil”, pero no se nos aclara que lo fuerte y lo débil están en función del
tipo de sociedad que ha ido configurando el patriarcado. La cuestión no es qué cosa
es el cuerpo de una mujer, sino cómo ella lo vive. Es esa experiencia subjetiva
del propio cuerpo lo que determina que la mujer esté o no sometida y que ella
lo acepte. Y esa experiencia es inducida a través de un aprendizaje determinado
por el contexto en el que nos socializamos. La mujer no está sometida porque
sus supuestas limitaciones biológicas le hagan esclava, la sumisión de la mujer
es un producto de la cultura.
- Los porqués de la sumisión. La dialéctica hegeliana del amo y el esclavo.
La posición del varón no es singular, es “la posición”, es
decir, el lugar verdadera y objetivamente “humano”, ante el cual lo demás son
alteridades y singularidades seguramente defectuosas. No hay pues visiones
masculinas –como si hay una literatura femenina, por ejemplo-, pues lo humano
se define a partir del varón, que sería lo Mismo, frente a la mujer y otros
colectivos, que sería lo Otro.
Esta categorización es tomada de la filosofía de Hegel. En
su dialéctica del amo y el esclavo, no se trata de que haya conflicto entre
realidades opuestas, sino una posición hegemónica frente a otra subordinada. Si
el hombre se define como sujeto porque niega tal cualidad a la mujer, ésta no
acierta a definirse a sí misma, aceptando para sí la visión que de ella le ha otorgado
el varón.
Hegel no aplicó su modelo al tema del género en clave
feminista, pero sí inspira a Beauvoir
cuando explica que, históricamente, los esclavos han entregado su fuerza de
trabajo a los amos después de haber sido reducidos a la fuerza. Sabemos que el
amo necesita al esclavo, pero éste se acostumbra también a su situación de
servidumbre, de manera que termina asumiendo que necesita ser protegido por el
amo; de alguna forma, termina reconociéndole prestigio y autorizándole a
ejercer el dominio.
Beauvoir traslada este análisis al conflicto de género. Las
pesadas obligaciones reproductivas (pensemos en una maternidad casi permanente)
apartarían a la mujer de las faenas de caza, lo que las alejaría del prestigio
en las tribus. Plantea que el hombre obtiene prestigio en tanto que guerrero y
conquistador, pero además protege a la mujer, lo cual le otorga un
reconocimiento por parte de ella que él necesita: había nacido el patriarcado y
la dominación de género. Las consecuencias se materializan durante milenios: la
mujer queda relegada a una posición de dependencia económica de la que no se
atreverá a huir, renunciando a su libertad para evitarse riesgos que en
sociedades premodernas se vuelven intolerables.
5. Historia de la sumisión de la mujer
Suponemos que, desde la prehistoria, la mayor energía y
poder muscular del hombre le inclinaría a salir en busca de comida y ejercer
como cazador, quedando la mujer especializada en las faenas de reproducción y
cuidado. Integrado en la horda, el varón puede establecer proyectos que le
afectan a él y también al grupo, puede ir más allá de su condición animal,
posibilidad que queda vedada a la hembra. Así, el hombre descubre, crea
instrumentos y obtiene de la mujer el reconocimiento que le permitirá sentirse
sujeto; ésta por el contrario queda relegada a la faena de una maternidad que
no ha sido elegida y que no compartirá con el varón.
Desde ese punto inicial, la historia determinará un paisaje
de sometimiento y de falta de oportunidades para la mujer que abarcará todas
las grandes civilizaciones. Es cierto que la revolución industrial incorporará
masivamente a la mujer a las fábricas, debido a que la máquina anula las
diferencias en cuanto a fuerza muscular. Sin embargo, la situación de las
féminas en esas fábricas será precaria, condenándoselas a circunstancias de
explotación más duras por parte de los patronos, y a la animadversión en muchos
casos de los hombres, que las verán como competidoras peligrosas. Además, la
mujer trabajadora habrá de complementar su profesión con el trabajo de
reproductora y cuidadora, lo que le hará aún más esclava de las circunstancias.
La posibilidad de escapar de la dependencia sólo se vislumbra de verdad con la
llegada de los métodos de anticoncepción, que les permitirá controlar su propio
cuerpo y asumir entonces ya sí un papel económico protagonista.
Beauvoir emplea gran parte del espacio de El segundo sexo en investigar cómo los
sistemas de aprendizaje y socialización nos confinan desde niños a un rol
sexual pre-decidido por el sistema patriarcal. Mientras que a los varones se
les educa en la acción y el riesgo, incluso en la práctica de la violencia; a
las niñas se les inocula la convicción de que deben ser “objeto”. Por eso, con
la pubertad, el cuerpo de la niña pasa a ser objeto de deseo, de ahí que se le
inculque el pudor, lo cual tiene su peor concreción en la vergüenza por la
menstruación. Asimismo, el lugar de lo erótico también será asimétrica: se
afirma públicamente en los chicos, a los que se exige la iniciativa y el
riesgo, y se hace clandestino en las chicas, que han de aceptar su pasividad.
Detrás de esta carga tan desagradable está, por supuesto, el miedo al embarazo,
de ahí que Beauvoir subraye tan insistentemente la importancia de la
anticoncepción.
La autora analiza también las formas arrinconadas como “no
normales” de vivir la sexualidad. Niega que la homosexualidad sea un destino
biológico, pero tampoco acepta su condición perversa, simplemente es una opción
elegida libremente y que la sociedad debe dejar de rechazar. Asimismo denuncia
la costumbre de encasillar a hombres y mujeres en determinada suerte de
comportamiento, lo que conlleva que comportamientos poco pudorosos o algo
agresivos en algunas mujeres sean socialmente castigados; lo cual vale igual para
aquellos varones que desarrollan tareas propias de mujeres o exhiben demasiado
su emocionalidad. Surge de aquí un concepto que ha hecho fortuna en el mundo
moderno: la mujer-mujer. La coquetería, la docilidad, la debilidad... tales
cualidades corresponden a esta versión del eterno femenino a la que, obviamente,
Beauvoir se enfrenta.
- Hacia una sociedad sin patriarcado
Simone de Beauvoir es fiel a la vieja propuesta de Karl
Marx: “hasta hoy los filósofos han intepretado el mundo, ahora deben ayudar a transformarlo”.
La lectura de El segundo sexo no
puede concluir sin que su análisis contemple las propuestas de la autora para
la consecución de una sociedad emancipada. La mujer sólo alcanzará su autonomía
en tanto que logre la conciliación del trabajo reproductivo con el productivo. Autonomía
económica sin discriminación laboral ni salarial, libertad sexual, control
sobre el propio cuerpo a través de la anticoncepción, reparto equitativo de las
tareas de cuidado... Todas estas propuestas serán inútiles si no se establece
un programa educativo basado en la igualdad entre hombres y mujeres, lo cual
involucra de forma decisiva el concepto de “coeducación”, un sistema de
enseñanza mixto en el cual se garantice y fomente las relaciones de igualdad
entre los géneros.
En el tiempo en que escribió El segundo sexo, Simone de Beauvoir unía la viabilidad de sus
propuestas al éxito del socialismo. La puesta en duda de dicho éxito no cambia
el sentido de las propuestas, de ahí que hoy en día, el movimiento de reivindicación
de los derechos de la mujer sea plenamente autónomo y siga teniendo en el texto
de Beauvoir su libro de cabecera.
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