LA
CRÍTICA DE LA METAFÍSICA EN KANT (Atención, es demasiado larga)
Emmanuel
Kant, filósofo alemán y autor de la Crítica de la razón pura y la
Crítica de la razón Práctica, su obra es clave para la comprensión
de la era ilustrada y, por tanto, de la cultura de la modernidad. Sus
trabajos se etiquetan para los historiadores de la filosofía como
"idealismo trascendental", aunque es igualmente válido
hablar del kantismo como fundación de la "filosofía crítica",
cuyas implicaciones alcanzan a nuestros días sin ninguna duda.
Cuando
iniciamos la lectura del segundo Prólogo a la Crítica de la razón
pura, ya sabemos que la gran preocupación de su autor es el estado
de la metafísica y la posibilidad de otorgarle estatuto de ciencia.
Vamos a explicar en esta disertación de qué manera Kant somete a la
tradición metafísica a un ejercicio de análisis exhaustivo,
tratando de determinar cuáles son sus límites y en qué medida los
filósofos los han traspasado ilegítimamente. A medida que vayamos
desentrañando las claves de esa función "negativa" o
"policial" -como Kant la llama- se irán encendiendo poco a
poco las luces que nos permitan vislumbrar una forma de filosofía
verdaderamente valiosa para la civilización.
Debemos
partir de una primera advertencia que nuestro autor realiza para
referirse a la situación de la filosofía, que define como un campo
de combates. Se observa que Kant comparte aquí la línea de
interpretación planteada más de un siglo antes por Descartes, quien
también se quejó de la tendencia de los filósofos a perderse en
estériles disputas. Como Descartes, y a finales del siglo XVIII con
más razón que durante el periodo barroco, Kant se lamentaba de que
el más trascendente de los saberes hubiera quedado en posición de
inferioridad respecto de las ciencias matemáticas y experimentales,
que habían sufrido una verdadera revolución gracias al rigor
metodológico impuesto a partir de Galileo y Newton. Como nos informa
en el escrito, la metafísica no ha logrado estados de consenso, no
ha avanzado en sus conocimientos y, en definitiva, lejos de
clarificar dudas y problemas lo que ha conseguido es crearla.
La
historia de las incesantes disputas internas es tan antigua como la
filosofía misma, pero encuentra el punto más próximo a Kant en la
problemática del XVII, cuando racionalistas y empiristas se
enfrentaron por el problema del origen y fundamento de las ideas.
Mientras los racionalistas trataban de garantizar el carácter
universal y necesario de los juicios científicos garantizándolos a
partir de elementos a priori o no experimentales, los empiristas se
negaban a aceptar ninguna verdad que no tuviera su origen en los
sentidos, es decir, en la experiencia. Este desgarramiento entre
pensadores continentales y británicos llevó la filosofía europea a
una aporía o callejón sin salida, pues mientras los seguidores de
Descartes caían en el dogmatismo al defender la existencia de ideas
innatas, los empiristas se veían abocados al escepticismo ante la
imposibilidad de ofrecer más garantía para el conocimiento que la
de la costumbre.
Nos
es útil para entender la situación en que Kant encontró a la
filosofía su célebre frase: "Hume me despertó del sueño
dogmático". Como todo filósofo obsesionado por la razón, es
decir, como los socráticos, los escolásticos medievales o los
racionalistas del XVII, Kant entendía que las ideas gobernaban
nuestra relación con el mundo y que, de alguna manera, lo que
denominamos la "realidad" está determinado por los filtros
a los que la razón somete a la experiencia. Sin embargo era
perfectamente consciente de que si la metafísica estaba colapsada
era porque sistemáticamente el intento de encontrar entidades
ultraempíricas desembocaba en lo que Newton llamaba "fingir
hipótesis". Lo que esto significa es que la metafísica se
había convertido en un estéril ejercicio especulativo donde
insistentemente se daban por hechas realidades indemostrables. En el
caso cartesiano, la afirmación de ideas innatas supone en última
instancia recaer en la necesidad de demostrar la existencia de Dios,
operación que el autor francés lleva a cabo en el cuarto capítulo
del Discurso del método.
Lo
que descubrieron los empiristas es que un juicio científico debía
referirse siempre de alguna forma a objetos reales, fueran conceptos
como los matemáticos, perfectamente demostrables, o cuestiones de
hecho como las que caracterizan a las ciencias físicas. A la
afirmación en favor de la experiencia y la información sensible de
Hume y Locke les faltaba un fundamento racional; lo que entendió
perfectamente Kant es que ese fundamento no podía ser dogmático.
La
primera misión de una filosofía crítica consiste en trazar los
límites del conocimiento. Así acomete en su Crítica de la Razón
Pura la determinación de los elementos a priori del conocimiento.
Ese carácter apriorístico arranca del principio que determina lo
que ha venido en llamarse el "giro copernicano" de la
filosofía, que consiste en afirmar que es el sujeto el que determina
el objeto, no viceversa. En otras palabras, lo que Kant descubre es
que la verdad es una construcción en la que la razón otorga
activamente sentido a la experiencia, que sin ella resultaría
caótica e ininteligible.
En
las dos primeras partes de la Crítica Kant contesta a la primera de
las tres grandes preguntas que dan sentido a su proyecto intelectual:
¿qué puedo conocer? Se trata de establecer los límites de la
razón, preguntarse qué podemos conocer y que es inaccesible al
conocimiento, lo que nos permitirá evitar los antiguos abusos. Así
inicia su deducción trascendental, determinando que la sensibilidad
está condicionada por dos intuiciones puras, el espacio y el tiempo,
marco irrebasable de toda sensación. Esta tarea la desarrolla en la
Estética Trascendental, a la que seguirá la Analítica
Trascendental, en la que establecerá que son doce las categorías o
conceptos puros con los que el entendimiento organiza y da sentido a
la experiencia.
Establecido
el proceso de deducción ya nos encontramos en situación de definir
el objeto científico como “fenómeno”, es decir, un enunciado
toma el rango de verdad científica en la medida en que el objeto al
que se refiere resulta de la síntesis entre los datos de la
sensibilidad, sometidos a las condiciones del espacio y del tiempo, y
los conceptos del entendimiento a los que dicha experiencia se
ajusta. Kant denomina juicios sintéticos a priori a los que son
genuinamente científicos, o sea, aquellos enunciados en los cuales
se nos ofrece algún tipo de información y tienen asimismo un valor
universalizable y garantizado por la forma de la razón. Este tipo
de juicios, como se demuestra en la Estética, son perfectamente
factibles en matemáticas, y, como se demuestra en la Analítica,
constituyen también el conocimiento en ciencias experimentales.
¿Son
posibles los juicios sintéticos a priori en metafísica? No, al
menos no si entendemos ésta en el sentido dogmático, pues los entes
que tradicionalmente afirma no se ajustan a las formas del fenómeno.
¿Qué hacemos entonces con la metafísica? ¿Nos conformamos con
abandonarla como querían los escépticos y empiristas? Kant entiende
que los abusos de la razón característicos del dogmatismo deben ser
superados, pero aún así estima que las pretensiones de la
metafísica la convierten por algo en la primera ciencia de la
historia y la última que, probablemente, habrá de desaparecer. Lo
que debe hacer el metafísica es dejar de afirmar realidades
intangibles en el terreno de la ciencia y trasladarlas, en condición
no fenoménica sino nouménica, al reino de la ética, donde cobrarán
sentido en tanto que orientadoras de la acción moral. Así, la razón
práctica se presenta como el reino de la libertad, aquel en el que
se contesta a la pregunta “¿qué debo hacer?”. Los grandes
temas, la inmortalidad, la existencia de Dios o la libertad cobran
ahora valor regulativo, no constitutivo del reino de la moral, que es
a fin de cuentas, el reino de la libertad.
Esta
operación de traslado, que se completa en la tercera parte de la
Crítica de la razón pura, abre la puerta a la Crítica de la razón
práctica, que termina de trazar el gran mapa de la razón con el que
Immanuel Kant pone en conceptos el mundo de la Ilustración o, lo que
termina por ser lo mismo, presenta la comprensión intelectual de la
cultura contemporánea.
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