COMENTAR UN TEXTO
El comentario de texto es -podríamos
decir- una ciencia, pero no una ciencia exacta. Como en todo saber de
la razón, no cualquier opinión es verdadera. Esto supone que
podemos interpretar bien y podemos interpretar mal un texto, luego no
vale cualquier cosa que a uno le parezca ni se trata de ofrecer una
“opinión”. Ahora bien, la manera en que expresamos los
resultados de nuestro análisis puede variar en distintos analistas
y, sin embargo, ser igualmente correctos. Voy a exponer un
procedimiento recomendable. Recuerda que se trata de analizar, pero
también de comentar. No solo hay que dar cuentas al modo de resumen
de lo que a grades rasgos dice el autor, tampoco hay que limitarse a
parafrasear, o sea, a escribir lo que dice el autor sin explicarlo.
Se trata de añadir el comentario al análisis, es decir, hay que
tener clara cuál es la estructura argumental del texto y detectar
los recursos de todo tipo que el autor utiliza para convencernos de
algo, pero también hay que explicar, profundizar en lo que el texto
nos dice para saber exactamente qué quiere decir y en qué sentido
lo afirma.
1. Lee el texto atentamente intentando
hacerte una primera idea de qué pretende demostrar.
2. Vuelve a leerlo. Ahora ya debes
llenarlo de subrayados anotaciones, flechas y signos de todo tipo que
te facilitarán después el comentario redactado.
3. Con la mayor brevedad posible, a lo
mejor una línea tan solo o incluso dos palabras o hasta una, expresa
el asunto que se trata. Aquí no has de comprometerte con una tesis
fuerte, simplemente expresa de qué va el escrito, sobre qué
cuestión diserta.
4. A continuación expresas la idea
central, aquella visión u opinión de la cual el autor intenta
convencernos. Es lo que llamamos la tesis, que conviene no confundir
con el tema. Si un autor afirma que las mujeres son inferiores, eso
es una tesis, no un tema. El tema en todo caso sería “las mujeres”
o “la comparación entre hombres y mujeres”, pero sin contener
nunca ya la opinión del autor, pues sobre el mismo tema otro autor
puede tener una opinión completamente distinta. La tesis no responde
a “¿de qué va el texto?”, sino más bien “¿qué intenta
demostrar?” o, si lo prefieres, “¿de qué pretende
convencerme?”. Exprésalo a ser posible con una frase breve y
concisa, a ser posible sin mezclar explicaciones ni argumentos. La
tesis tiende a ser una afirmación, los argumentos van después.
5. Empieza a estructurar la
argumentación. Un comentarista puede encontrar dos argumentos y
otro, en el mismo texto, encontrar cuatro, y aún así estar ambos
bien. No me preocupa el número de argumentos, sino si uno es capaz
de entender el texto y detectar todos los recursos de los que se
sirve. No es imprescindible poner en plan telegrama los argumentos
con sus numeritos correspondientes, pero sí conviene, aunque sea a
través del punto y aparte o cambio de párrafo, diferenciar
argumentos. Tipos de argumento:
-el simple razonamiento subordinado a
la tesis. Es una simple razón, un argumento sin más.
-el argumento de autoridad. Puede ser
textual o citarse en estilo indirecto. Conviene no confundir el
argumento de autoridad, entendido como referirse a alguien importante
que supuestamente apoya al autor, con aquellos momentos en que el
autor del texto se refiere a cierto personaje más o menos célebre
para criticarlo o refutarlo. Si yo cito a Darwin para ir contra él
no estamos ante un argumento de autoridad.
-Ejemplos
-Datos, cifras, fechas... todo aquello
que el autor considera que le puede servir para apoyar su idea
central.
-Ciertos recursos de escritura como
metáforas, preguntas que se autocontestan, incluso el uso de la
cursiva, negrita o subrayado.
ANÁLISIS/COMENTARIO DEL TEXTO 4. “LO
QUE LAS COSAS SON”
El autor de este texto diserta sobre
las características del pensamiento sofístico. (TEMA). Explica que
su concepción es relativista, lo cual supone que, con la excepción
de las leyes naturales que nos rigen a todos, nuestras “verdades”
no son absolutas, pues dependen del punto de vista (TESIS)
Afirman los sofistas que nuestras
normas, instituciones políticas o costumbres son producto de
acuerdos, es decir, son convencionales. Lo que esto significa es que
nuestra concepción de lo justo y lo injusto o de lo bueno y lo malo
responde a una visión particular o subjetiva de la realidad.
Pretendemos que nuestros valores morales tengan carácter universal,
válido para todo ser humano, pero en realidad son el resultado de lo
que nosotros mismos, o nuestros antepasados, han decidido que era
bueno para nuestra comunidad particular. Esto supone que en otra
comunidad el bien y el mal se entienden de forma distinta, de lo cual
se deduce que es una estupidez pretender que ellos están
equivocados. Podemos enriquecer este argumento con un ejemplo que no
ofrece el texto. Cuentan que dos viajeros mostraron repugnancia
cuando supieron que cierta tribu celebraba ritos funerarios
comiéndose a los muertos. Esa misma repugnancia es la que exhibieron
los ofendidos miembros de la tribu cuando los viajeros les hablaron
de la posibilidad de inhumar o incinerar a los recién fallecidos.
Además la imposibilidad del acuerdo universal, lo que el autor
denomina “unanimidad”, no solo se da entre pueblos distintos, es
que incluso entre dos individuos pertenecientes a la misma tribu hay
discrepancias de opinión. (ARG.1)
El sometimiento de toda verdad humana
al criterio relativista solo admite una excepción: la naturaleza.
Los impulsos naturales, ajenos a los aprendizajes que vamos
experimentando a la largo de nuestra vida y desde niños, tienden a
ocultarse tras los ropajes de la civilización, pero subsisten
siempre. Dos sofistas, Calicles y Trasímaco, a los que nombramos
como argumento de autoridad, proponen observar a los animales y a los
niños, pues en ellos subsisten los instintos básicos sin los
disfraces morales que nos hemos creados los humanos adultos. A la
pregunta que textualmente se formula -”¿qué es, pues, lo natural
en el hombre?”- contesta refiriéndose a dos leyes básicas: la ley
del placer o, si lo preferimos, del egoísmo, y la ley del más
fuerte. La primera rige la vida de cada individuo, y supone que lo
que buscamos por encima de cualquier otra cosa es satisfacer nuestros
deseos y necesidades. Así, y por ayudar al autor del texto con algún
ejemplo, diríamos que lo que el perro o el niño expresan con
violencia, por ejemplo que tienen hambre o que desean apropiarse de
un objeto determinado, nosotros lo buscamos con la misma intensidad
porque es lo que nos exige nuestro impulso, pero lo ocultamos tras
los valores aprendidos. En cuanto a la segunda ley, domina las
relaciones entre seres, determinando que los más poderosos siempre
gobernarán el mundo frente a los débiles, que es exactamente lo
que ocurre en la naturaleza, como podemos ver en cualquiera de esos
reportajes en que el león persigue y devora al ciervo. (ARG. 2)
Hay un último argumento, que podríamos
entender como conclusión, en el cual el autor propone acabar con lo
que él llama la “moral vigente”, que considera contraria a los
principios naturales anteriormente enunciados. Dado que el autor no
lo explica suficientemente, podemos entender que los valores que
rigen una sociedad como la ateniense de la antigüedad o nuestra
sociedad contemporánea, no se basan en la ley del egoísmo y la del
más fuerte. Esto significa que la moral y la ley ponen trabas a la
realización de los deseos humanos y que a menudo se le ponen trabas
al más fuerte en su impulso de dominar y someter a los que son más
débiles que él. La conclusión es que para los sofistas la ley
humana adecuada sería aquella que imita a la naturaleza. (ARG.3)
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