KANT
1. Anàlisi transcendental del coneixement científic.
1.1. Condicions del coneixement científic.
1.2. Concepció transcendental de l’a priori.
1.3. El gir copernicà.
2. Crítica transcendental de la metafísica.
2.1. La distinció entre fenomen i noümen.
2.2. Sentit negatiu de la crítica: limitació de l’ús teòric de la raó als fenòmens.
2.3. Sentit positiu de la crítica: defensa de l’ús pràctic de la raó.
2.4. Metafísica, crítica i il•lustració.
IMMANUEL KANT. PRÓLOGO A LA CRÍTICA DE LA RAZÓN PURA.
Introducción
1. Kant, un ilustrado alemán.
Internarse
en el kantismo suele producir cierto temor. Su escritura acompleja por
ser encarnizadamente rigurosa, como si el uso de cualquier metáfora o la
voluntad de ser claro y pedagógico banalizara y desvirtuara sus
explicaciones. Siguiendo el tópico, podríamos añadir que Kant era
demasiado alemán, y que su vida constituye la búsqueda casi obsesiva de
una precisión que por momentos puede incluso aburrirnos. (Recordar la
famosa anécdota: los relojeros de Königsberg ponían en hora sus relojes
cuando el filósofo pasaba por delante de sus tiendas, pues sabían que
siempre lo hacía a la misma hora exacta) Superados estos prolegómenos,
entendemos que la filosofía kantiana puede ser incluso fácilmente
explicada, que su importancia para entender el pensamiento moderno –y
por tanto, para entendernos a nosotros mismos- es esencial, y que, como
otros grandes pensadores, lo que consigue es poner su tiempo en
conceptos, lo que nos puede permitir entender mejor la Ilustración,
periodo de cuya herencia aún somos legatarios los contemporáneos.
Pero
¿quién fue Immanuel Kant? Sabremos de su pensamiento a través de un
texto respecto al cual conviene precisar que se trata simplemente de un
prólogo. No leeremos la Crítica de la Razón Pura, pero sí sabremos a
través del propio autor cuál era su plan, qué pretendía, cómo analizaba
la situación del saber en su tiempo. Su propósito fundamental fue
someter a la razón a la crítica de sí misma, establecer sus condiciones y
los límites de su capacidad para conocer. Ello constituye una reacción
frente a los excesos del dogmatismo, no sólo el dogmatismo de quienes,
desde la religión, habían declarado incuestionables las verdades de fe,
sino también el de quienes empezaban en aquel tiempo a hiperbolizar las
capacidades de la propia razón y de las ciencias. Ese fue, a fin de
cuentas, el principio del gran proyecto histórico que fue desde un
principio la Ilustración: liberar a la humanidad de sus prejuicios para
propiciar su emancipación. Deberíamos plantearnos si es ésta una
operación equivocada, o si debemos seguir luchando desde la razón por
evitar prejuicios y fanatismos, empezando por los excesos que la propia
razón puede llegar a cometer.
Ofrecemos una pequeña cronología significativa.
-1724. Nace en Konigsberg.
-1739. David Hume publica el Tratado de la naturaleza humana
-1740
Se inicia en Prusia el reinado de Federico el Grande, déspota
ilustrado, y al que Kant agradecía el haber sacado al pueblo alemán de
su minoría de edad.
-
1740. Ingresa en la Universidad de Konigsberg y conoce la obra de los
racionalistas herederos de Descartes, como Leibniz, y la ciencia de
Newton.
- 1761. Rousseau publica El contrato social y Emilio.
- 1781 Publica la Crítica de la razón pura, que no tuvo inicialmente la difusión que él esperaba.
-1784 Publica el texto ¿Qué es la Ilustración? , que sí alcanzó notable difusión. -
-1788 Publica Crítica de la razón práctica, que completa la primera Crítica.
- 1790 Publica la tercera de sus críticas, dedicada a la estética: Crítica del juicio
-1799 Aparece el grabado del pintor español El sueño de la razón produce monstruos, del español Goya.
2. Kant ante los retos de la filosofía de su tiempo.
La
figura de Immanuel Kant debe ser entendida dentro de un doble marco
histórico. Por una parte, estamos en pleno siglo de la Ilustración, por
otra, Kant recoge como intelectual la herencia de un movimiento de
renovación del saber que había alcanzado desarrollos importantísimos en
el siglo XVII.
El
gran principio rector del movimiento ilustrado fue la lucha contra el
prejuicio. D´Alembert, Diderot, Voltaire, Montesquieu, Rousseau y otros
sabios, participaran directamente o no en la elaboración de la
Enciclopedia, creyeron que su obligación era ayudar a la gente a pensar
por sí misma, a ser autónoma y, por tanto, libre, para lo cual el arma
maestra habría de ser la razón. Ésta debía ser capaz de cuestionarse la
verdad de cualquier opinión o supuesta verdad, pero no podía conformarse
con ser tribunal de la sinrazón: debía ser también tribunal de sí misma
y poner en duda incluso sus propios logros. La famosa frase kantiana:
“¡Atrévete a pensar!”, resume ese espíritu, pues el ilustrado alemán
animaba a las masas a usar la razón sin tutelas ni injerencias externas,
lo cual les permitiría abandonar la minoría de edad en que, por la pura
comodidad de que otros decidan –la aristocracia, la Iglesia-, seguían
instalados. Como todo ilustrado, Kant pensaba en el poder emancipador de
la razón, su capacidad para hacer una humanidad libre.
Pero
la problemática que identificamos como genuinamente filosófica y
kantiana proviene en realidad del siglo anterior, debido a los efectos
sobre el saber de la Revolución Científica encabezada por Galileo, por
una parte, y a la polémica entre racionalistas y empiristas, por la
otra.
Como
sabemos, el modelo heliocéntrico que la mecánica de Galileo toma de
Copérnico generó una nueva manera de entender las ciencias físicas, de
manera que ahora empieza a exigirse experimentar y cuantificar, es
decir, ofrecer pruebas de evidencia respecto a las hipótesis realizadas,
de tal manera que el saber pueda escapar a la especulación. Viejos
hábitos como dar por hechas las teorías físicas de Aristóteles
–recordemos aquello de las dos regiones- o dejar que creencias
religiosas se inmiscuyan en el saber científico empiezan a rechazarse.
Respecto
a la polémica filosófica entre los seguidores de Descartes y los de
Hume, puede resultar un tanto decepcionante que, mientras las ciencias
físico-matemáticas alcanzan en este tiempo grados de consenso y avance
altísimos, la filosofía siga siendo un campo de combates, donde parece
que no hay manera de llegar a algún acuerdo ni progresar en la búsqueda
de la verdad. Ahora bien, lo que nunca cuestionaron ni unos ni otros es
que el saber debía abandonar la palabra revelada y los viejos argumentos
de autoridad para asumir definitivamente la validez de la razón.
Como
sabemos, las dos escuelas se preguntaban sobre la verdad de nuestros
enunciados, es decir, cómo saber si mis ideas se corresponden con la
realidad. Para ello empezaban por preguntarse de dónde provenían y si
disponemos de criterios fiables para determinar su veracidad.
Descubrieron, por ejemplo, que el origen de un concepto como el del
triángulo rectángulo, y el consiguiente teorema enunciado por Pitágoras,
no es de la misma índole que, por ejemplo, la capacidad de un fluido
para disolverse en otro. Así, podemos llegar a dos conclusiones:
-Hay
juicios a posteriori, es decir, se verifican en la experiencia. Sabemos
que al relámpago sucede el trueno porque habitualmente sucede así,
sabemos que un veneno causa el efecto de que enfermemos porque eso es lo
que habitualmente sucede.
-Hay
juicios a priori, es decir, juicios que se establecen con anterioridad a
cualquier verificación experimental, pues no la necesitan. “El todo es
mayor que la suma de las partes” o “un triángulo es un polígono de tres
lados” son necesariamente verdad, no hace falta que nuestros sentidos
nos den noticia en la experiencia de ello para saber que es
indubitablemente cierto.
Esta
categorización de juicios o enunciados es crucial en los textos de
Kant. En su jerga filosófica, podemos decir que los juicios
experienciales o a posteriori son sintéticos, pues en ellos el predicado
añade alguna información al sujeto. Si yo digo que “los tiburones
tienen aleta” o que “los retrovirales frenan la extensión del SIDA”, la
información que contiene el predicado añade algo que no está
necesariamente contenido en el sujeto. Por el contrario, en los juicios a
priori, característicos de la matemática o la lógica, la información
del predicado está ya necesariamente contenida en el sujeto, de ahí que
no se requiera una comprobación posterior para saber que lo que se
enuncia es necesariamente verdadero, como cuando se dice que “el
triángulo es un polígono de tres lados”. Para entender los desarrollos
filosóficos del kantismo no conviene olvidar esta categorización, pues
en ella añadirá algo decisivo que desconocían racionalistas y
empiristas.
Kant
tuvo una ventaja importantísima con respecto a los filósofos del XVII:
la ciencia moderna ya no estaba naciendo, estaba más bien en fase de
consolidación, ya se había asumido en la Europa de su tiempo que Galileo
había acabado con la mecánica clásica, algo que Descartes,
contemporáneo de aquél, tan solo podía empezar a advertir. Este
movimiento decisivo para el saber había sido completado por Isaac Newton
y su método científico-experimental, que sienta las bases del trabajo
de los científicos durante los siglos siguientes hasta nuestros días.
Newton inspiró a Kant la posibilidad de cerrar la vieja brecha
aparentemente imposible de suturar entre las escuelas continentales y
británicas de la filosofía del XVII. Al explicar cumplidamente de qué
manera las leyes físicas pueden someterse a un riguroso modelo de
cuantificación –como advertimos por ejemplo en la Ley de la Gravitación
Universal-, entendemos que los sucesos naturales ya no son simples
relaciones causa-efecto que se dan habitualmente en la experiencia y que
necesitamos seguir comprobando, como explicaban los empiristas: las
grandes leyes naturales son universales y necesarias, no son puros
juicios a posteriori, pues no necesitamos comprobar experimentalmente su
verdad cada vez, pero tampoco son puramente a priori, pues en realidad
no son puros conceptos que están sólo en la mente de los seres humanos.
Debemos ser comprensivos con los pensadores del XVII, les faltaban
datos. Por eso Descartes terminó postulando la existencia de ideas
innatas, pues se resistía con razón a que los sentidos fueran la única
fuente del conocimiento, condenando a la razón a la pasividad. Por eso
Hume afirmaba que toda idea que no arrancara de la experiencia sensible
debía descartarse, con lo cual quiso basar la ciencia en certezas muy
poco sólidas, basadas en la probabilidad de las comprobaciones
experimentales.
El proyecto kantiano: la filosofía crítica.
1. Los juicios sintéticos a priori.
Para
entender la trascendencia que el gesto kantiano arrastra en la historia
de la filosofía, hay qué investigar de qué manera se posiciona frente a
la situación de aporía en que había quedado el debate heredado del XVII
entre racionalistas y empiristas. Los primeros intentaron garantizar el
valor universal y necesario del conocimiento científico a partir de
algo tan discutible y con tanto trasfondo religioso como las ideas
innatas. Los segundos, al afirmar que todo proviene de la experiencia,
se quedan sin poder explicar de donde proceden conceptos no empíricos
como las matemáticas, y no son capaces de garantizar la universalidad
del conocimiento, pues la verdad de un juicio siempre es probable,
hipotética y a posteriori, sólo se verifica en función de la
comprobación a través de los sentidos. De alguna manera, el racionalista
termina siendo un dogmático, pues nos obliga a aceptar verdades
especulativas, y el empirista es un escéptico, pues no puede asegurar
sólo con la información sensible la universalidad del conocimiento
científico.
Kant
acepta que existen juicios analíticos y sintéticos. Los primeros se
basan en la necesidad lógica, los segundos aportan información que el
sujeto no presupone. Ahora bien, Kant no está de acuerdo en que los
juicios sintéticos característicos de las ciencias naturales sean
siempre a posteriori, de igual manera que no cree que los juicios
matemáticos sean simplemente analíticos. En otras palabras, hay juicios
en ciencias naturales que pueden establecer una validez universal y
anterior a su verificación empírica; de igual manera, hay juicios
matemáticos en los que el sujeto sí puede añadir alguna verdad a lo
expresado en el sujeto.
En
este asunto se ventilan las claves para resolver las viejas brechas de
la filosofía, que de la mano de Kant habrá de levantar el edificio del
conocimiento sobre bases fiables sin caer ni en el dogmatismo ni en el
escepticismo. Esto supone que la CRP habrá de contestar dos preguntas
esenciales. La primera es cómo son posibles los juicios sintéticos a
priori en matemáticas, es decir, cómo es posible construir verdadero
conocimiento con contenido –como pasa con la aritmética y la geometría-
sin recurrir a la experiencia. La segunda es cómo son posibles los
juicios sintéticos a priori en las ciencias físicas, es decir, como de
los fenómenos podemos saber algo a priori –antes de la experiencia- y
con valor universal. Resueltas estas dos preguntas, Kant podrá
preguntarse si son posibles los juicios sintéticos a priori en
metafísica, en otras palabras, sí podemos seguir considerando el saber
de los grandes temas cómo una ciencia más. En estas tres preguntas se
resume el proyecto crítico kantiano, cuyo gran objetivo es encontrar los
límites de la razón y determinar cuál es su alcance, lo que nos puede
ayudar a detectar y sancionar sus abusos.
2. Crítica del empirismo
La
tradición racionalista encuentra referentes remotos en autores que ya
conocemos, como Platón. Por diferentes motivos y desde tradiciones
culturales muy alejadas, la tradición racionalista que Platón recoge de
Parménides y Sócrates cae en la misma tentación dogmática que la de
Descartes: para garantizar la certeza y universalidad del conocimiento,
ambos caen en el abuso metafísico por excelencia, postular un ultramundo
de ideas ajeno a la experiencia.
¿Y
el empirismo? Su error es otorgar al conocimiento una actitud pasiva
ante el mundo, de manera que las ideas no serían sino la copia o reflejo
que nos hacemos en la mente a partir de las sensaciones. Como un
espejo, que refleja la luz sin modificarla, nuestras ideas se limitan a
hacer de espejo de la realidad, de ahí que los autores como Hume afirmen
que un juicio es verdadero en la medida en que corresponda a la
realidad exterior, y que cualquier supuesta verdad que no haya estado
antes en los sentidos es un sinsentido o una especulación.
Esta
concepción, tan aparentemente obvia y propia del sentido común,
contiene un esencial agujero teórico: cree poder explicar los juicios a
posteriori o experienciales, pero ya sabemos que además de juicios
empíricos nos encontramos verdades a priori. La verdadera gran
revolución que supone el kantismo empieza cuando entendemos que la
facultad de juzgar implica el poder constructivo del sujeto, el cual no
se limita en cada juicio a reflejar pasivamente como un espejo la
experiencia, sino que configura activamente lo verdadero, operando una
síntesis de la que los empiristas nada dijeron. Para decirlo de una vez:
para que el caos del mundo con el que nuestra sensibilidad nos enfrenta
tenga algún sentido, convirtiéndose en eso a lo que llamamos “los
fenómenos” o “la experiencia”, necesitamos disponer de una estructura a
priori que ordene la heterogeneidad de las sensaciones. No hay pues
experiencia ni realidad ni verdad más que en la medida en que el sujeto
pone algo de su parte para que exista un sentido. A esta revolución
filosófica, que sustituye el prejuicio que ve la mente como un simple
espejo por la idea de que el entendimiento construye activamente el
conocimiento, lo llamaremos el giro copernicano de la filosofía, que
tendrá a Immanuel Kant como gran protagonista. Se le llamará así porque
supone un giro en la concepción de la problemática filosófica similar al
que para las ciencias supuso en su momento la adopción del
heliocentrismo.
3. Crítica de la metafísica
Ya
en el pasado siglo Descartes observó que algunas ciencias habían
alcanzado un gran desarrollo gracias a un cambio de método, mientras que
la filosofía quedaba estancada, convertida en un campo de disputas.
Entendida en su sentido tradicional como metafísica, la filosofía
corresponde a la tradición especulativa de la razón, cuyo hábito durante
milenios ha sido huir de la pura experiencia para encontrar un
ultra-mundo entregado únicamente a los puros conceptos. Desde sus
tiempos más tempranos, la filosofía se definió como el saber respecto a
las esencias últimas de las cosas, en palabras de Aristóteles, “la
ciencia de los primeros principios y las causas últimas”. No es extraño
que la cultura medieval mantuviera este criterio, simplemente necesitó
encontrar a Dios en esa búsqueda de primer principio y causa última para
acomodar la sabiduría griega a sus intereses religiosos. Ya en tiempos
modernos, Descartes hizo girar las investigaciones metafísicos desde los
fundamentos del ser hacia los del conocimiento. En aquel tiempo, los
filósofos ya no se preguntaban tanto de qué está hecha la realidad, sino
más bien cómo podemos conocerla y estar seguros de que nuestras ideas
sean verdaderas. En cualquier caso, y desde los griegos hasta Descartes,
la metafísica seguía siendo un saber de principios esenciales, algo así
como la raíz del gran árbol de las ciencias.
Una
historia valiosa, pero también atravesada de dogmatismo, pues dogmático
es el filósofo cuando cree poder dar por hecho, como si se tratara de
evidencias, ideales sublimes como el alma inmortal, Dios o la libertad,
los llamados grandes temas de la tradición metafísica. Una primera
crítica que recibirá Kant, al lanzar su crítica sobre esa tradición, es
que su proyecto amenaza con dejarnos sin pilares esenciales para la vida
de las civilizaciones. Kant cree lo contrario: someter a crítica los
grandes ideales de la razón no es malo para la razón misma ni, por ende,
para el bienestar de las sociedades, en todo caso sólo será peligroso
para aquellas escuelas y academias que pretenden arrogarse la autoridad
para tratar como especialistas los temas metafísicos.
La
conclusión kantiana, como veremos, es que la metafísica no puede ser
considerada ciencia, pues sus temas –Dios, la libertad y la
inmortalidad- no pueden ser enunciados de la manera que, por ejemplo,
Newton afirmó la gravitación universal. Ahora bien, Kant sí cree que la
gran aspiración de la metafísica, acceder a conocimientos a priori o
anteriores a la experiencia, debe tener una continuidad en la forma de
la filosofía crítica. Por otra parte, respetará el valor de los grandes
temas en tanto que ideales que, a modo de un horizonte inalcanzable,
pueden guiar nuestra conducta moral.
El análisis trascendental y el giro copernicano
1. La revolución metodológica en las ciencias
Convenimos
en que la revolución que ha hecho avanzar explosivamente las ciencias
no se ha producido en la filosofía, de ahí que ésta haya quedado
estancada y convertida en campo de combates. La tarea es aplicarse a una
rigurosa labor de crítica sobre la metafísica, única manera de lograr
que la razón camine al fin por un camino firme y deje de caer en los
excesos que han impedido a los filósofos llegar a certezas y acuerdos
como ha pasado en otros dominios del saber. Este análisis crítico va a
ser aplicado como método trascendental, cuyo principio central es que no nos ha de preocupar tanto los temas de conocimiento como nuestra manera de dirigirnos a ellos.
La
revolución que hizo avanzar históricamente las matemáticas es muy
antigua, la encontramos en los lejanos tiempos de Pitágoras o Euclides.
Estos se dieron cuenta de que no bastaba con limitarse a describir
pasivamente las figuras geométricas, entendieron que eran conceptos
construidos por el entendimiento, de manera que a partir de ahí hicieron
avanzar su saber con plenas garantías de verdad.
En
la física la gran revolución metodológica se pospone hasta tiempos
modernos. Hay un tópico que asocia este acontecimiento con la llegada de
los métodos experimentales, lo cual arranca del seguimiento al
principio de que el saber en ciencias naturales sólo se obtiene a partir
de la observación. Esto es verdad sólo en parte, también Aristóteles
observaba. Lo que se descubre ahora, sobre todo gracias a Galileo y
Newton, es que la facultad racional del sujeto debe intervenir para que
la experiencia tenga un sentido. En otras palabras, el científico recibe
una enorme serie de datos, pero sólo se convierten en experiencia
científicamente significativa en la medida en que les da un sentido y
proyecta sobre ella algún tipo de organización a priori. La mejor
formulación de esa estructura para ordenar la realidad es el método
hipotético-deductivo de Newton. Kant establece una conclusión contrario a
la de Hume, para el que la mente se limitaba a reflejar pasivamente la
experiencia en forma de ideas, como si ésta ya se nos presentara
previamente organizada. Necesitamos que la naturaleza nos suministre
datos para que nuestras ideas versen sobre algo, pero ese algo tiene
sentido y no es un puro caos en la medida en que lo comprendemos dentro
de algún tipo de ley o regla que lo inscribe dentro de un orden lógico y
comprensible.
2. El giro copernicano
¿Qué
es lo que está cambiando? Es evidente que el giro copernicano es algo
más que una propuesta filosófica. Es todo el orden del saber el que está
entendiendo que la razón humana se dirige activamente a lo real, y que
los fenómenos tienen sentido porque nosotros proyectamos a priori algún
tipo de sentido racional sobre el mundo que habitamos. ¿Por qué
“copernicano”? Lo que entendió el primer heliocentrismo es que el sujeto
tiene una función decisiva sobre lo que consideramos verdadero. Lo que
apuntaban los datos astronómicos cuando nos considerábamos inmóviles y
situados en el centro del cosmos, con todos los demás seres girando en
torno nuestro, era una cosa, lo que significan dichos datos, una vez
entendemos que nuestra posición como observadores no es la que
pensábamos, es totalmente distinta. Dentro del marco teórico del
geocentrismo, los datos significaban una cosa, dentro del marco
heliocéntrico, significaban otra totalmente distinta, lo cual demuestra
que siempre hay una estructura previa a la experiencia y que, por tanto,
los presupuestos racionales con los que afrontamos la realidad
determinan cómo recibimos ésta. Es en definitiva el sujeto, antes que el
objeto, el que determina lo que entendemos como experiencia.
Otro
ejemplo, si yo digo que un fenómeno causa otro fenómeno, por ejemplo
que el relámpago causa el trueno o que la atracción de la Tierra
determina la caída de un cuerpo, lo que estoy haciendo es proyectar
sobre la realidad una categoría a priori, la de causalidad. Esto
significa que la realidad es una síntesis que construye los fenómenos a
partir de un a priori, la forma con que mi entendimiento se dirige a la
experiencia, y los datos sensibles que llegan a mi sistema nervioso, que
llegan a posteriori. Esto significa que el conocimiento no es una
pasiva recepción de datos, sino una construcción activa y debida a la
espontaneidad de la razón. Lo que no significa es que el mundo sea una
invención imaginaria nuestra, como se insinuaba en aquellos argumentos
de escepticismo hiperbólico a los que se refirió Descartes. Significa
más bien que los objetos se conforman a nuestro conocimiento, y no al
revés. El objeto de los sentidos se rige por reglas que proyecto sobre
la realidad previamente a mi encuentro con ella
Sólo
entonces puede realmente entenderse en qué medida el conocimiento puede
tener un valor universal y no componerse de meras hipótesis o
regularidades probables, como creían los empiristas. Son las categorías a
priori del entendimiento las que otorgan forma a la experiencia y nos
proporcionan conocimientos con bases firmes.
3. Aplicación del método trascendental: estructura de la CRP
Kant,
como en su momento Descartes, asume que la razón es la facultad
esencial del conocimiento, pero –y en esto se aleja del racionalismo
dogmático cartesiano- ésta no puede proporcionarnos conocimiento por sí
sola, de manera que necesita otra facultad, la sensibilidad, que nos da
noticia de objetos que son exteriores a la propia razón. El estudio de
esta facultad será acometido en la primera parte de la Crítica, la
Estética trascendental, donde nos explicará que las condiciones desde
las que se hace posible toda sensación son el espacio y el tiempo,
intuiciones puras o a priori. La segunda parte, Analítica trascendental,
estudiará las condiciones o formas a priori del entendimiento, es
decir, las categorías. Una vez culminadas ambas investigaciones, ya
sabremos cuáles son las condiciones que, en tanto que sujetos, imponemos
a la realidad para que pueda haber conocimiento.
En
la Estética trascendental se parte de la definición de sensibilidad
como capacidad para recibir representaciones a partir de los objetos. Es
lo que llamamos “sensación” o “intuición sensible”, que nos permite
acceder a los fenómenos. Las formas a priori o condiciones que nuestra
sensibilidad impone a los fenómenos son el espacio y el tiempo. No se
trata de que los fenómenos se den en el espacio y el tiempo, se trata de
que esas son las condiciones desde las que los sucesos tienen sentido
para nosotros, los fenómenos son espacio-temporales porque el espacio y
el tiempo son las formas desde las que nuestra sensibilidad puede
otorgar un orden a la información que le llega del exterior. Este
carácter a priori del espacio y el tiempo se evidencia cuando nos
percatamos de que podemos pensar en el espacio, pero no podemos pensar
en objetos fuera del espacio, y que, de igual manera, podemos pensar en
el tiempo, pero no en acontecimientos extratemporales.
En
la Estética Kant contesta a la pregunta de cómo son posibles los
juicios sintéticos a priori en las ciencias. En la geometría, toda
figura o relación entre figuras tiene sentido dentro de unas coordenadas
espaciales que son impuestas a priori. Cualquier conocimiento nuevo en
geometría se hace posible sólo dentro de ese espacio. En la aritmética,
la sucesión –que es la clave del sistema numérico- sólo tiene sentido
dentro de unas coordenadas temporales, de ahí que para realizar una
simple operación aritmética y llegar a una verdad necesitamos suponer
una coordenada temporal a priori.
El
espacio y el tiempo no son objetos, no son entes que pueda definir, son
condiciones a priori para que un objeto o fenómeno exista y tenga
sentido para mí. No hay realidad fuera de lo espacio-temporal, o mejor,
si la hubiere, quedaría fuera del ámbito de lo que para mí puede ser
conocido, por lo que nunca podría hacer ciencia de ellas.
Queda
pues claro que si la Estética trascendental se ocupa de explicar cuáles
son las formas a priori de la sensibilidad, la Analítica trascendental
debe explicar cuál es la estructura a priori que el entendimiento impone
a los fenómenos, y es así como llegamos a las categorías, conceptos
puros que proyectamos previamente a la experiencia para que esta resulte
cognoscible para un ser racional. Son doce los conceptos a priori que
conforman la tabla categorial de Kant: unidad, pluralidad y totalidad
(categorías de cantidad); realidad, negación y limitación (de cualidad);
inherencia-subsistencia, causalidad-dependencia y comunidad (de
relación); posibilidad-imposibilidad, existencia-inexistencia y
necesidad-contingencia (de modalidad). Un empirista que estas categorías
son extraídas a posteriori, es decir, nacen de la experiencia, pero
Kant que son formas a priori, es decir, previas a cualquier choque con
la realidad, cuyos fenómenos se ajustan al marco categorial a priori que
nosotros le imponemos. Estas categorías, impuestas sobre las
intuiciones empíricas o sensaciones, demuestran la posibilidad de
establecer juicios sintéticos a priori en las ciencias físicas.
Conocidas
las formas a priori tanto de la sensibilidad como del entendimiento, ya
estamos en condiciones de afirmar un “yo pienso” que ya no está, como
el cartesiano, más allá de la experiencia, es más bien el poder de
síntesis que acompaña a toda representación. Sensaciones y categorías
son cosas distintas, pero no se pueden dar en nosotros por separado, la
experiencia resulta siempre de una síntesis entre las dos, de ahí que
Kant afirme que “los conceptos sin sensaciones son vacíos, y las
sensaciones sin categorías son ciegas”.
Todo
el plan de la CRP lleva necesariamente a la última parte, en que se
aborda siempre a través del método trascendental la crítica de la
metafísica. Ya sabemos algunas cosas, por ejemplo que las intuiciones o
experiencia que tenemos del mundo nunca puede ser otra cosa que empírica
o sensible. Ese mundo se nos revela en forma de fenómenos, pero sólo en
la medida en que le hemos aplicado una serie de formas a priori
sensibles y categoriales. La conclusión de todo ello es que resulta
imposible aceptar la posibilidad de un conocimiento como el que
tradicionalmente ha pretendido la metafísica, lo cual significa que, a
ojos de la filosofía crítica kantiana, ésta pierde su derecho a ser
considerada como ciencia. No hay posibilidad de aplicar esquemas
sensibles espacio-temporales ni esquemas del entendimiento o
categoriales sobre los objetos de la metafísica, no hay “fenómeno”
metafísico sobre el que podamos edificar un saber firme.
Entendemos
mejor esto desde la distinción entre fenómeno y noúmeno. Si el fenómeno
es aquello de lo que tenemos intuición sensible, el noúmeno es aquello
de lo que no la tenemos. Se le puede llamar “ideas” en el sentido
platónico, “esencia” en el aristotélico, o cualquier otro nombre con el
que la tradición metafísica ha denominado a entidades que ha supuesto
ultraempíricas. Por más que se empeñe esta tradición, el análisis
trascendental ha demostrado que nuestros esquemas sensibles y
categoriales no pueden darnos noticias de ningún ente ajeno al tiempo y
al espacio. Nuestras categorías no pueden encajar en ningún objeto ajeno
al ámbito fenoménico. No podemos saber que son las “cosas en sí”, sólo
podemos saber lo que son ante nosotros, la manera en que se nos
manifiestan como fenómenos.
Kant
no dice que no exista el noúmeno, lo que las cosas son en sí, lo que
dice es que no nos es dado conocerlo, pues no se manifiesta a los
esquemas con los que la razón se dirige a la experiencia. Así, no hay
por ejemplo una intuición sensible que nos dé noticia del “alma”,
tampoco podemos referir un ente concreto al que denominar “universo”,
ni, por supuesto, me es dado de alguna forma el ente “Dios”. Es cierto,
sin embargo, que la razón tiende naturalmente a construir estos ideales.
Hablamos de alma porque sentimos una cierta unidad en el conjunto de
nuestras vivencias; hablamos de universo porque suponemos una totalidad
exterior a nuestro yo; hablamos de Dios porque presentimos algún tipo de
razón de ser para todo lo existente. Sólo podemos tener conocimiento de
lo que efectivamente se manifiesta como concreto y fenoménico, lo
incondicionado es aquello a lo que aspiramos, pero de lo que no podemos
tener intuición sensible alguna. La metafísica es un abuso de la razón
porque pasa de lo condicionado a lo incondicionado sin tener derecho a
ello, la metafísica responde imprudentemente a la necesidad humana de
tener ideales que dirijan de alguna manera nuestros actos, como un
horizonte invisible e inalcanzable.
Conclusiones: sentido negativo y sentido positivo de la Crítica
El
sentido negativo de la Crítica consiste en poner límites a la ansiedad
especulativa de la razón humana, que trata continuamente de traspasar
los límites de la experiencia. La crítica trascendental es negativa en
el sentido de que nos informa de los límites que no puede legítimamente
traspasar el conocimiento científico. La Crítica dice “no”, pero, como
las fuerzas policiales, si impiden que ocurran ciertas cosas es porque
así posibilita que ocurran otras. De otro lado, aunque nos indique que
no podemos tener conocimiento de ciertos objetos, también acepta que
podemos pensar en ellos como ideales de la razón. Es más, si Dios,
Universo o Alma sirven a modo de horizonte para regular la ambición del
científico, que siempre debe pretender ir más allá de lo ya conocido,
entonces podemos admitir que dichos ideales, aunque estrictamente no
constituyan conocimiento, sí pueden ayudarnos a buscarlo. En la jerga
kantiana: los ideales de la razón no tienen un uso constitutivo en el
conocimiento, pero sí un uso regulativo.
Esta
convicción, con la cual se cierra la CRP, nos conduce directamente a la
segunda parte de la obra filosófica kantiana, la que se dirige a la
ética, cuyas directrices esenciales se encuentran en su obra siguiente,
Crítica de la razón práctica. En la primera obra, se nos explica que a
la razón teórica –ocupada en determinar las formas de lo que podemos
conocer- no le es posible alcanzar el conocimiento de entidades como
Dios, el alma o el universo. Ahora bien, hay otra dimensión de la vida
humana que la primera Crítica no abordaba, y que no contesta a la
pregunta ¿qué podemos conocer?, sino más bien ¿qué debo hacer? Aquí la
presencia de esos ideales es mucho más importante, pues la conciencia
moral necesita tales ideales para guiar nuestra acción y construirnos un
mapa moral. Esto no significa que desde la razón práctica podamos hacer
de la metafísica la ciencia que se nos prohibió hacer desde la razón
teórica. Ahora bien, si tampoco podemos basarnos en una ciencia
metafísica para establecer la diferencia entre el bien y el mal, ¿cómo
fundamentar entonces la moral?
La
ley moral no nos dice lo que es, sino lo que debe ser, por tanto no
puedo basarme en la realidad de la que nos informa la ciencia para
determinar qué conducta es éticamente virtuosa y cómo puedo ser más
decente. Si preguntáramos a un científico sobre el alma o sobre la
libertad, nos diría que, al no tratarse de fenómenos, es decir de
realidades concretas a las que pueda corresponder algún tipo de
intuición sensible, diría que son imposibles de hallar y, por tanto,
inexistentes. La función de la razón práctica es recalcar que además de
lo real nos encontramos lo posible, que disponemos de una voluntad
configurada autónomamente por la razón, y que debemos establecer las
leyes del buen obrar. Es aquí donde Kant fundamenta la idea de la
autonomía moral, según la cual es la razón humana la que debe darse a sí
misma sus normas morales, estableciendo como virtuosas aquellas
acciones en las que se cumple con el deber por respeto al deber mismo.
Kant
entiende que la libertad debe ser presupuesta en cualquier acción
humana, por más que nada nos puedan decir los científicos sobre ella. De
igual manera, podemos postular ideales como la inmortalidad del alma o
la existencia de Dios para encontrar una justificación última de la
acción humana. Presuponemos tales cosas porque no podemos conformarnos
con un comportamiento virtuoso durante la vida sin aspirar a algún tipo
de salvación. Éste, el de la razón práctica, es el lugar que corresponde
a los viejos ideales de la metafísica. Kant no dice en ningún momento
que deban ser abandonados, son las abusivas pretensiones del dogmatismo
las que tienen ahora que ser abandonadas.
La
ética kantiana completa las líneas maestras del giro filosófico que
supone el kantismo. El gesto kantiano en la historia supone la
definitiva irrupción del sujeto como protagonista del conocimiento, al
cual impone sus propias estructuras a priori para darle forma y sentido.
Es en la razón donde encontramos el fundamento de toda verdad posible. Y
es el sujeto el protagonista de la aventura de la razón, por eso el
kantismo es un esfuerzo gigantesco de otorgarle su plena dignidad, acaso
desconocida hasta la Ilustración. El ser humano es valioso por sí
mismo, tiene dignidad, no puede ser valor de cambio ni herramienta de
objetivos ajenos a su dignidad. Es propio de la conciencia humana
establecer el deber de luchar para proteger las condiciones de
convivencia que hagan posible que se respete esa dignidad de todos los
seres humanos, enfrentándose a todas las formas de servidumbre que,
tanto en tiempos de Kant como en los nuestros, continúan considerando a
los seres humanos como meros instrumentos u objetos de explotación
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