dilluns, 26 d’octubre del 2020

PLATÓN. LA IDEA DE BIEN


 

La idea de Bien o, como lo dice en "La República", lo Bueno en sí, es la cima del sistema filosófico de Platón.

Siguiendo la teoría de la Mímesis, podríamos decir que todos los seres, los sensibles y los inteligibles, imitan esa idea. Así, el alfarero intenta hacer "buenas" vasijas, el profesor intenta dar buenas clases de filosofía, el geómetra intenta dibujar el triángulo perfecto... el problema es que la realidad material solo puede aproximarse a la perfección de la idea, que es por definición inmaterial. El Bien alcanza así el máximo de idealidad, abstracción y verdad, de ahí que su luz otorgue sentido al conjunto de la realidad del universo.

Es importante no confundir este concepto con la divinidad propia de las religiones monoteístas, que por cierto no llegan a Europa hasta muchos siglos después de la civilización griega, cuyo contexto espiritual es politeísta. Es cierto que algunos teólogos de la Edad Media, admiradores de la brillantez filosófica de Platón y Aristóteles, llegaron a identificar la suprema perfección de la Idea de Bien con Dios. Pero esta asociación es muy forzada. El Bien platónico es una realidad suprema pero intelectual. El Bien es, como el sol en el mundo sensible, "padre" o responsable de las cosas del universo,
pero no en el sentido del creacionismo propio de las culturas mosaicas, es decir, el judaísmo o el cristianismo. Dios o Yahvé, como después Alá, exigen obediencia y amor, el Bien platónico reclama el esfuerzo del conocimiento.

 La lógica de los antiguos griegos es, pues, radicalmente diferente de la medieval, aunque es cierto que la división drástica entre un mundo espiritual y superior y otro sensible, efímero e inferior puede propiciar el paralelismo. Pero, ¿qué es el Bien? En primer lugar el Bien supone el nivel máximo de realidad, su estatus ontológico es supremo. De igual manera que las cosas materiales imitan a las ideas, las ideas imitan la idea de Bien. Si las ideas son perfectas es porque imitan al Bien; de igual manera, lo que un objeto físico tenga de bueno se debe a que, imitando a las ideas, imita también en última instancia a la idea de Bien. Esta cumbre ontológica o de realidad que define al Bien se corresponde con la epistemológica: conocemos las demás ideas y, por tanto, entendemos la totalidad del universo cuando conocemos el Bien, al cual no se puede acceder a través de los sentidos o de la doxa, sino de la ciencia filosófica suprema, la dialéctica.

El Bien tiene además una especial relevancia ética. Si quiero encauzar adecuadamente mi vida debo conocerlo, de lo contrario viviré desorientado o, lo que es peor, manipulado por los sofistas. A través de la rectitud moral mi alma alcanzará la sabiduría que necesito para ir por la vida distinguiendo lo bueno y lo malo. Esta lógica se aplica igualmente al político, que necesita aprender dialéctica para distinguir entre el gobierno justo y el injusto, lo cual le permitirá decidir siempre aquello que sea mejor para el conjunto de la polis. Solo desde esa idea de virtud es posible llegar a la verdadera felicidad. A modo de conclusión, podemos decir que el Bien fundamenta la mímesis que atraviesa la Teoría de las Ideas. Él es el horizonte, la luz final hacia la que tienden todas las cosas. Tanto la región visible como la inteligible apuntan a él. Por eso explica Platón que en la escalera mayéutica, desde la que se asciende en la Academia hasta el conocimiento filosófico o dialéctico, el Bien es el verdadero objetivo, pues nos permite vislumbrar la totalidad de lo real. Esa perfección del Bien solo puede alcanzarse de forma imperfecta en el mundo sensible.


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